jueves, 21 de junio de 2007

Dios me guarde ..

Dios me guarde de tí,
de tu presencia
de pronunciar una vez más
tu nombre
entre mis sueños...
De confesar que te amo
más que siempre..
Dios me guarde de besar
tu boca; labios en tropel
riáda dulce de tus néctares..
Mi corazón, humilde relicario
en donde caben tuos ojos y un orgasmo!
Dios me guarde de encontrar
tu carne desnuda
entre mis dedos fríos..
Dios me guarde de tí,
de tu mirada triunfal y lujuriosa
de tus pezones firmes
de tu monte, de tu Venus...
Del laberinto en que conviertes
tus medias y mi miedo!
(Mi Fauno se rebela)

Casi Todo...

Todas tus cosas están intactas
nadie se ha atrevido a moverlas
ni siquiera un ápice...
El reloj detenido,
los muñecos de porcelana
en su sitio, guardando
un orden preestablecido
bajo un criterio intimamente tuyo...
Los peces no han muerto
ni esperamos que lo hagan
en los próximos noventa y nueve años!
Las macetas en el patio
escurren de llanto aún y todo
en realidad está casi casi igual
puedo asegurarlo..
Todo a excepción de
un detalle que no puedo pasar
por alto:
Hoy precisamente cumplimos todos
un año y nueve meses
de extrañarte, hoy tus nietos
son 374 días más grandes
y sus padres más viejos...
Me falta tu voz al teléfono
felicitandóme en mi cumpleaños
y a tus hijos les falta una mano en donde
depositar su respeto...
Por todo lo demás, puedes estar tranquila
no te preocupes que casi todo sigue igual!
30-ago-2005
In Memoriam Lucía Monroy (a un año nueve meses de haber iniciado su nuevo recorrido)

viernes, 15 de junio de 2007

Mi patria erés tú... ( a Chelita con todo mi amor)

Tus labios saben a café
y a melón dulce,
llevas en los ojos toda
mi ciudad vestida de noche...
Hueles a tierra mojada,
a ponche en Navidad,
tu pelo resbala suave como
nieve en el Ajusco...
como el agua dulce de Contreras...
Tienes la piel tersa
como maizal tierno
y una Nochebuena
entre las piernas..
Y yo, mientras, no puedo
dejar de añorarte
de mirarte con ojos de emigrado
de melancólico Chilango
en el exilio, con
unas terribles ganas de volver a tí!
Mi patria erés tú
con todo tu sabor de algodón de dulce..
Añoro el llamado a misa tempranero
de tus pechos-campanario
en donde gustoso renuevo mi fé...
Soy, lo confieso un enamorado
de tus noches
de tu piel-campo
sembrado con mis besos!!

DOÑA AURORA Y JUSTO

Esa mañana, la noticia corrió como reguero de pólvora, rompiendo la monotonía de aquella colonia de clase media-acomodada y el escándalo no era para menos: Doña Aurora, la conserje del edificio “Arlequín” yacía tirada en la sala de la conserjería, en medio de un gran charco de sangre, tenía los ojos abiertos como mirando un crucifijo que colgaba de la pared pintada de azul, tenía también un viejo revólver calibre .38 sujeto con masking-tape a su mano derecha, tenía también la mano izquierda rozando apenas, como en una última y desesperada súplica de perdón, la silla de ruedas en la que yacía sin vida el cuerpo de su hijo Justo.

Por lo demás, no había nadie más en la conserjería, nadie podría declarar nada, ni ayudar a entender los porqués que orillan a una mujer anciana, que cuida fervorosa de un hijo amputado de ambas piernas, a comprar un revólver con apenas tres balas y se decide primero a dispararle en la boca a su único hijo, su razón de ser, su orgullo, para luego dispararse ella misma en la sien.

Los peritos forenses no tardaron mucho en dar sus conclusiones: “Esquizofrenia Senil” declararon aunque, en realidad, nunca existió el menor interés de parte de las autoridades por llegar al fondo mismo del asunto, vamos pues, de encontrar la verdad y la verdad a veces no es la que uno cree conocer.


Si tan solo hubieran revisado al fondo de una caja de cartón que estaba dentro del clóset de Doña Aurora, habrían encontrado las fotografías de su hijo Justo en los tiempos en que destacaba en el equipo de básquetbol de la secundaria, de la preparatoria y de la universidad; fotos todas que fueron perdiendo color a fuerza del llanto que Doña Aurora derramó en interminables noches de lágrimas sobre ellas.

Si tan sólo hubieran revisado un poco más habrían encontrado también la carta firmada por la Federación Nacional en donde le comunicaban a su hijo Justo que había sido aceptado en la Selección Nacional de Básquetbol. También podrían haber hallado los recortes de periódicos amarillentos, algunos con las fotos del accidente, las notas en primera plana, encabezados como: Trágico accidente; Lo embiste un autobús; El conductor grave; Perdió ambas piernas; Imprudencia y alcohol y otros tantos más…


Objetos todos que tal vez –sólo tal vez- pudieran demostrar a los vecinos que, a lo largo de tres años habían terminado por acostumbrarse a Doña Aurora, a su hijo Justo y a su vieja silla de ruedas, que en realidad no estaba loca, ni esquizofrénica ni nada por el estilo, sólo estaba, por decir algo, un poco seca de tanto llorar, de tanto enjugar las lágrimas que en silencio derramaba de vez en vez su hijo Justo; de recoger cada noche, al mirar las fotos, los miles de pedazos en que se rompió el destino de ambos.

No, Doña Aurora no estaba loca, sólo estaba un poco rota por dentro, tan rota como las botellas de cerveza que aquella tarde su hijo bebió con sus amigos para festejar, antes de decidirse a manejar hasta su casa para comunicarle su alegría a su madre.

Doña Aurora no estaba loca, sólo estaba un poco cansada, cansada del rechinar de las ruedas de ésa maldita silla, que en nada se parecía al ruido que hacían los pasos de su hijo al volver de la preparatoria, cansada del silencio en que quedó sumido desde hacía un millón de horas, cansada del edificio “Arlequín” con sus estúpidas escaleras, cansada de dar lástima a los vecinos, de que alguien siempre se ofreciera a ayudarla con la silla de ruedas, de sentirse inútil, cansada incluso de Dios, su Dios que nunca le mandó el consuelo a pesar de haberle rezado casi quinientos rosarios seguidos.

Lo demás ya lo sabemos: Colocó a su hijo Justo frente a sus trofeos, puso sus tenis sobre los muñones de las piernas, le puso el balón de básquetbol entre las manos, lentamente y con una voz dulce y casi en susurros, comenzó a cantar una vieja canción de cuna para arrullarlo, mientras Justo –obediente como siempre- lentamente abrió la boca…

jueves, 14 de junio de 2007

EL OÍDO




No mi amigo; si para andar en esto hay que tener los nervios bien templados y, sobre todo, las orejas “bien pelonas”!!

Estar siempre atento, quería decir Don Jesús, ó Jesús Ramírez E. –nunca se supo bien a bien que carajos quería decir la “E” con la que siempre firmaba los recibos de nómina que le extendía el banco aquél. Y sí, así firmaba, con su nombre, como lo hace mucha de nuestra gente sencilla, aquella que por las apretujanzas de la vida apenas aprende a medio escribir su nombre o a hacer algunas cuentas sencillas.

Don Jesús, a sus ochenta y tres años a cuestas era un hombre de muy pocas pulgas, a la menor sospecha de que alguien se quería hacer el gracioso, ya estaba mentando madres a diestra y siniestra ¡pues que chingaos! Nadie se iba a burlar de él, pensaba.

Cuentan los que de alguna forma tuvieron más cercanía con él que un lejano día de abril, de hace muchos, muchos años –tantos que ni él recordaba cuantos- se vino de su natal Celaya buscando, como muchos paisanos suyos trabajar “de lo que sea” hasta en tanto no se compusiera, aunque fuera algo, la situación del campo. Sus tierras, heredadas de su padre que a su vez las heredó también de su padre, ya no daban para más y él simple y sencillamente se cansó de esperar los apoyos que siempre en época de elecciones venían a ofrecer los candidatos a la presidencia y que invariablemente nunca cumplían, como tampoco cumplían los gobernadores del estado, vaya! Ni siquiera los presidentes municipales y no puede decirse que no los solicitó en varias ocasiones-que vete a ver al comisario ejidal, que las juntas, que la comida pa’l Licenciado que no se que tantas cosas, pero nada! Parecía que Dios se había olvidado que también de éste lado del mundo se come. A veces pensaba ¿no sería que Filemón, ahora presidente municipal y que para mala suerte también era su compadre, seguiría resentido por la bola de chingadazos que le sorrajó el día en que lanzó su candidatura y que nomás por estar alegre se puso hasta las manitas con puro pulque que algún acomedido- de esos lambiscones que nunca faltan- trajo desde Apan? Pero ni modo de dejarse ningunear delante de todos ¿pues que carajos se creyó el baboso de Filemón? Nomás porque se metió al Partido ya quería venir a sermonear a todos, como si los paisanos fueran chamacos ó una bola de indios ignorantes, como malamente se le ocurrió decir aquella tarde precisamente frente a Don Jesús, Faltaba más!!

Pues así, paso a pasito y ya sin mucha urgencia pues ya no había nada que salvar en su pueblo, mucho menos en sus tierras, se vino un día a buscar la suerte en la capital. No tardó mucho en topársela de frente, ya que cuando se bajó del autobús, allá por los cien metros, un chamaco –navaja en mano- asaltaba a un hombrecillo muy catrín, de ésos como de película de Pedro Infante y, sin pensarlo mucho, le acomodó al chamaco tremendo patadón en el trasero que hasta la navaja soltó y no le quedó más que salir corriendo al mirar espantado el enorme tamaño de aquel paisano encanijado.

-Está Usted bien, lo lastimó? Preguntó Jesús al hombrecillo aquel, que bien mirado no parecía gran cosa.
_Por suerte no me lastimó pero sí alcanzó a arrebatarme el reloj, pero eso es lo de menos! Si no hubiera sido por su ayuda… no sé que hubiera pasado ¿se imagina? Mi esposa, mis hijas, mi madre enferma…no quiero ni pensarlo!!
-Bueno, bueno, no es para llorar amigo, como usted dijo: que bueno que no lo lastimó! Y ahora si me disculpa, tengo que buscar donde pasar la noche, compermiso- dijo Jesús al tiempo que guardaba la navaja del chamaco en la bolsa trasera del pantalón.

-Espere- dijo el hombrecillo- Usted me salvó y ni siquiera sé su nombre…

-Me llamo Jesús, Jesús Ramírez pa’ servir a Usted y a Dios.

-Pero escuché que dijo que va a buscar donde pasar la noche? ¿Porqué no viene a mi casa? Verá ahí tengo un cuarto que ofrecerle y…

-No mi amigo, si no le estoy cobrando el favor ¿Cómo cree?

-Al menos por esta noche, insistió, y ya mañana podrá seguir su camino, por favor… acepte!

Después de pensarlo un poco al fin, aceptó; Aquella noche durmió como muy pocas veces lo había hecho en la vida: ¡En el suelo! Pues ¿como un hombre del campo iba a ensuciar aquella cama tan blanca que se le había ofrecido? ¿Qué irían a pensar de él? Digo, está bien que se había bañado en el río antes de venirse a la ciudad, pero de todas formas…

A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, el hombrecillo aquél, que hasta ese momento supo se llamaba Juan de Dios Cervantes o simplemente Licenciado Cervantes, le dijo:

-Anoche estuve pensando y comentando con mi esposa, Don Jesús ¿Cómo podría agradecerle lo que hizo por mí? Y como a leguas se vé que es usted muy derecho ni modo que lo ofenda ofreciéndole dinero; así que ¿porqué no se queda a trabajar conmigo? Verá, yo soy socio accionista del Banco Central y pues no será problema encontrarle alguna ocupación, así que ¿Cómo la ve?

¿Un trabajo? y ¿en un banco? no podía creerlo y él ¿qué haría en un banco?, lo pensó apenas lo que tarda un trago de café en llegar al estómago y decidido, aceptó con una condición: que lo colocaran donde ningún riquillo de su pueblo pudiera verlo.

-No se hable más, a partir de mañana comienza Usted a trabajar cuidando el banco por las noches ¿sabe manejar un arma?

-Por supuesto, contestó, allá en el pueblo me iba al monte con una escopetita o a veces con un rifle .22, también tuve un revólver, el mismo que vendí para conseguir el dinero que me trajo hasta aquí…

Y así como así, como se encuentra un hambriento un billete tirado, así se encontró la suerte, allá por los cien metros Don Jesús, el único velador que tuvo el Banco Central en treinta años!!

Sin embargo la vida, pues como que a veces se empeña en contradecir lo que creemos saber, y dígame usted si no:

Aquella noche, como lo hacía desde hacía treinta años, Don Jesús se recostó en su viejo sillón, el mismo que invariablemente colocaba de frente a la puerta de cristal del Banco Central, entrecerró un poco los ojos que, como nunca, le pesaban esa noche y sin darse cuenta se fue quedando dormido.

Aquella noche Don Jesús a pesar de tener las orejas “bien pelonas”, no pudo escuchar las pisadas que lentamente se le acercaron por detrás de su cansado cuerpo.

Tampoco pudo escuchar el sonido que en el aire produjo la guadaña que una vieja y huesuda amiga le trajo, paso a pasito, desde su natal Celaya y que, ésta noche por fin lo alcanzaba!

Pues bien después de pelearme un rato con la tecnología por fin logre crear un "blog" en el cual iré colocando paulatinamente diversos textos y opiniones que he escrito a lo largo de varios años.

Sin más que agregar esperen noticias de su amigo de siempre




Alfredo "Freddy" Reyes