martes, 31 de mayo de 2016

El esqueleto de la calle Niza.

Siempre he tenido cierto don extrasensorial, en sueños es común que se me revelen cosas que están por pasar y a los pocos días pasan o sentir que alguien me llama  e inevitablemente al otro día me encuentre con la persona recién soñada, ver y escuchar más con la percepción que con los sentidos.

Les cuento esto para enmarcar un poco lo que me sucedió en mi época de guardia de seguridad de un banco ya desaparecido.

El hecho de ser uno de los elementos  de más reciente contratación me hizo sufrir la clásica novatada en los servicios. Las guardias en turnos de 24 horas que,  al faltar el relevo se convertían inevitablemente en turnos de 72 horas sin dormir era una de ellas.

Cubrir servicios de custodia en las zonas de más alto índice de asaltos en la mera época de Alfredo Ríos Galeana, uno de los más peligrosos asaltabancos de aquella época, y trabajar armado con un revólver calibre .32  dotado apenas con dos cargas de balas viejas y oxidadas.

Ser equipado con uniformes de deshecho que había que adaptar a las medidas del nuevo usuario, trasladarse por sus propios medios a colonias tan alejadas de la casa matriz que en ocasiones, cuando uno llegaba hasta allá y se reportaba el arribo a la central, ya no había nadie que tomara la llamada.

Fue en estas condiciones que una tarde-noche el jefe de seguridad, un robusto y amigable  sujeto, oriundo de Michoacán hizo la clásica asignación de un nuevo servicio. Se trataba de ir a cuidar un edificio recién adquirido por el banco, situado en la calle de Niza número 67, en la colonia Juárez, muy cerca del metro Insurgentes, y solo por no dejar les pregunto: ¿A quién creen que designaron para ir allá? Exacto!

Si  a ustedes les dicen que es un edificio nuevo ¿Qué se imaginan? Olor a alfombra nueva y pintura, muebles sin desempacar, cristales sin rayar, chapas y cerraduras nuevas ¿verdad?

Todo me imaginé menos lo que mis ojos estaban a punto de encontrar, el mentado edificio recién adquirido, estaba en pleno proceso de desmantelamiento, es decir, sin cristales hacia la calle, oficinas de tablaroca demolidas, sin electricidad, sin agua y sin teléfono, con montones y montones de escombro por todos los niveles amén de que el edificio se conectaba por la parte trasera con unas enormes bodegas en similares condiciones y abiertas hacia la avenida de los Insurgentes.

¡Eso es lo que se tenía que “cuidar”!

Busqué el mejor lugar para pasar la noche y con trozos de madera improvisé un refugio debajo de las escaleras, me protegí del frío con trozos de alfombra y revolver en mano, me la pasé con los sentidos alerta hasta que amaneció.

Esa noche escuché algunos ruidos en la parte superior, pero al carecer de lámpara y de alguien que me apoyara en la revisión del inmueble, opté por permanecer en mi refugio tomando el café que afortunadamente llevaba en un termo.

En ese edificio en algún tiempo, se ubicaron oficinas de la Secretaría de Marina y por consecuencia en esos tiempos la guardia del inmueble se hacía por parte de elementos de la Armada de México.

Algunos meses después de sucedido el terremoto del 85 el edificio fue ocupado por algunas áreas administrativas del banco, las bodegas fueron habilitadas para dar cabida al almacén general y al área de transportes, la vida pues comenzó a fluir en el esqueleto que encontré aquella noche.



El haber afrontado sin chistar aquella orden esa noche, hizo que se me considerara en su momento para hacerme responsable de toda la seguridad del inmueble, tenía a mi cargo varios elementos, y obviamente me tocaba de vez en vez hacer guardias nocturnas que muchos de los guardias se rehusaban a hacer.

Una de tantas noches, sin motivo aparente alguno, el elevador se encendió y subió al segundo piso como si alguien lo hubiera llamado, al darnos cuenta de ello mi compañero y yo nos reclamamos mutuamente, se suponía que ya habíamos revisado que no hubiera nadie en el edificio y ahora alguien había llamado el elevador para marcharse a eso de las 3 de la madrugada!


Nos preparamos para franquearle la salida al empleado trasnochado, el elevador bajó, se abrieron las puertas y de reojo alcancé a ver como si alguien nuevamente subiera por las escaleras rumbo al baño que se encontraba en el primer descanso, al notar que tardaba demasiado en salir fui a buscar al sujeto en cuestión pero no había nadie en el sanitario, le avisé a mi compañero que seguramente algo se le había olvidado y que yo revisaría piso por piso el edificio, es por demás decir que no encontré a nadie, todas las ventanas exteriores estaban cerradas, las puertas de las oficinas selladas los baños de todos los niveles cerrados desde la primera ronda nocturna, el grito de mi compañero me hizo bajar a toda prisa con el arma en la mano, al llegar a la recepción él apretaba contra sus labios un crucifijo que siempre traía colgado al cuello, con los ojos cerrados fuertemente, rezaba sin parar.

Cuando se calmó un poco me dijo que al momento que yo había subido a revisar, vio bajar a una mujer vestida de negro que se dirigió veloz a la salida, cuando él quiso tomar las llaves para abrir la puerta, la mujer enlutada la atravesó como si fuera de humo, en ese momento sintió que las piernas no lo sostendrían y fue entonces que gritó algo que ni él entendió.



La noticia corrió entre los guardias del banco que, con lo sucedido, tenían más pretexto para no ir al edificio de Niza. El trabajo se me cargó tanto que de plano tuve que solicitar hacerme cargo del turno nocturno en el cual pude ver no pocas veces a la dama de negro, escuchar carreras en las escaleras, ver el elevador abrir y cerrar sus puertas-aún sin energía eléctrica- de vez en cuando se escuchaba música como si de una fiesta se tratara, en no pocas ocasiones se escucharon disparos de arma de fuego y sombras que se paraban en la puerta de cristal como si se tratara de guardias queriendo salir hacia la noche.

Algunos años después de mi salida del banco, conocí por casualidad a un elemento de la Marina ya retirado y que conoció la historia del edificio aquél, me conto que cierta noche en que algunos marinos se encontraban de guardia, alguien rompió las reglas y se organizó una pequeña tertulia en la que se hicieron acompañar de algunas damas, el alcohol y las ganas de romper la abstinencia sexual hicieron que entre ellos discutieran y pelearan por una mujer, salieron a relucir las armas, dos de las mujeres murieron a causa de los disparos, una de ellas cayó con la mitad del cuerpo dentro del elevador, la otra murió en el primer descanso de la escalera junto a la puerta del baño, el marino responsable de hacer los tiros alcanzó a herir a su rival de amores y finalmente se disparó en la cabeza junto al cristal que daba hacia la calle.


Fueron noches de mucho frío, noches en que agradecí infinitamente haber nacido con este “Don” que me ha permitido no temer en esta vida los muertos y sí, por el contrario, cuidarme más de los vivos!

lunes, 30 de mayo de 2016

Jueves de Corpus
                   
Eso de ser fotógrafo ambulante tiene su gracia, es decir, tiene un encanto nostálgico que muy pocos alcanzan a visualizar.
Cuando tomamos una foto, captamos no sólo la imagen que las leyes de la física nos transmiten a la película de alta sensibilidad-hoy en día se utiliza la cámara digital- sino que capturamos esencias de vida, el carácter de la persona en ese preciso momento, en ese preciso instante queda guardado en la imagen capturada.

Se captura también el entorno, el lugar que dentro de algunos años habrá de ser modificado, se captura la historia y la vida misma.

Hace algunos días, por razones del calendario eclesiástico que nunca me han quedado del todo claras, se celebró en México el   Jueves de Corpus o también conocido como el día de las mulitas.
Un amigo de la infancia me hizo un comentario en las redes sociales, me dijo: “A estas horas ya andaríamos en friega tome y tome fotos ¿recuerdas?”

No pude evitar la añoranza y la sonrisa, ¿Cómo olvidar aquellos días en que ambos ayudábamos a nuestros respectivos padres?

Ambos fueron fotógrafos y ambos se preparaban con bastante anticipación a efecto de crear un escenario de utilería para que los clientes hicieran posar a sus hijos disfrazados de “inditos”, calzón de manta, camisa del mismo material y un “jorongo” de tela de jerga, sombreo de palma, huaraches y un morralito de ixtle o mecapal.




A los niños se les dibujaban bigotes  y a las niñas se les peinaba de trenzas.

La tradición nos remite a la época en que la iglesia mantenía un férreo control sobre la población indígena que, inevitablemente era controlada en su vida diaria a través de la amenaza del castigo eterno.

Nosotros nos preparábamos con bastante anticipación para esa festividad, armábamos bastidores de madera y cartón pintados simulando una pulquería, le añadíamos dos vitroleros conteniendo pulque real y sus “tornillos” (a cierto tipo de tarros se les conocía así por la forma torcida de los mismos).

También se le colocaba un pequeño mostrador con alfalfa, una mesa, sillas y piso de aserrín. En la parte externa un metate, un canasto grande con tortillas, cazuelas con mole o enchiladas y un comal de barro. No omito mencionar que estos pequeños escenarios eran todo un éxito, todos los fotógrafos que acudíamos al atrio de la iglesia no nos dábamos abasto con tantísima gente.

La modernidad se hacía presente a través de las novedosas cámaras Polaroid con sus cartuchos de 8 tomas, las más antiguas requerían untarle un fijador a las fotos recién reveladas y así, después de esperar unos minutos los clientes se llevaban de una vez su recuerdo enmarcado en foldercitos de cartulina.




La manera tradicional consistía en hacer la toma, solicitar al cliente su domicilio, pedirle un anticipo para asegurar la venta y prometerle que un plazo de dos o tres días tendría en su hogar la foto del recuerdo en tamaño postal –los tamaños 3x y 4x se comenzaron a comercializar muchos años después- el posterior reparto de las fotos tenía una logística muy particular que requeriría un texto aparte donde relatar todas las vicisitudes de tan asoleada labor.


Fueron tiempos gloriosos que nos enseñaron el valor de la responsabilidad, el respeto al trabajo y la dicha de ganarnos el pan –o una salida decente al cine- a través de la nobleza de una lente fotográfica.


*Con un abrazo afectuoso a mi amigo Esteban López II y un recuerdo cariñoso a nuestros  padres Don Esteban López y Don Vicente Reyes que seguramente se estarán contando chistes tomándose una Pepsi de “las fuertes”.


miércoles, 18 de mayo de 2016


El mismo final

Debieron quedarse callados, fingir acaso que no se conocían, que nunca se habían visto en la vida, pero no, la emoción de verse de nuevo los condujo sin remedio a abrazarse con la alegría que sólo dá el hecho de encontrar de nuevo a quien se creyó perdido para siempre.

Habían pasado doce años al menos y ahí estaban uno enfrente de la otra, sonriéndose como acostumbraban en sus épocas de estudiantes, tomándose las manos y haciéndose mil preguntas que no acertaban a contestar con la velocidad que se las hacían.

Doce años!! se repetían con la mirada llena de historias y promesas. 

Se conocieron cuando ambos estudiaban el bachillerato, la diferencia de edades-ella era mayor que él por tres años- no fue impedimento para quererse como se querían los jóvenes de aquellos tiempos, mitad inocencia y mitad desafío; Todo sucedió de repente, en una de tantas fiestas de ésas que se organizan de pronto y sin motivo alguno, alguien del grupo los presentó y de pronto se vieron bailando abrazados una melosa canción en inglés, la cerveza ingerida logró que se besaran justo cuando él la encaminó al metro, verse por las tardes se volvió un verdadero desafío para ambos ya que el novio de ella, un tipo rudo, de barrio bravo y también mayor que ella, no dejaba suficiente espacio libre para dejarlos quererse a sus anchas, siempre llegando sin aviso previo, cayéndole de sorpresa y malos modos.

Una de tantas tardes, cuando estaban sentados medio ocultos en el viejo parque del rumbo, ella le pidió algo que él nunca se esperó, le pedía con vehemencia que le hiciera el amor, que se la robara aunque sea un ratito en el hotel que les guiñaba el ojo justo en la acera de enfrente, que le diera un motivo, un pretexto para cancelar la boda, que a estas alturas de la vida no estaba tan segura de querer llevar a cabo. Lo que pasó enseguida la llenó de ira y desconcierto, el novio-amante se disculpó con ella, le explicó que no tenía dinero ni siquiera para pensar en ello, que de verdad la quería, aunque también era cierto que no sabría que hacer si ella cancelaba su boda y se quedaba con él.

Llena de tristeza le dio la espalda y se marchó no sin antes decirle que ésa sería la última vez que se verían, que no volviera a buscarla.

El siguiente fin de semana fué una verdadera tortura para ambos, él maldiciendo su pobreza y ella soñándose abrazada por su "niño" como cariñosamente lo llamaba al oído.

Hay historias que tardan en escribirse doce años y que conducen inevitablemente al mismo final, esa tarde ya adultos ambos, apretados sus cuerpos desnudos en algún hotel de paso, ella le confesó que después de aquella tarde no volvería a haber otra, que ella nunca lo usaría como excusa para firmar el divorcio que desde hace varios meses venía tramitando y que al día siguiente se concretaría, que doce años habían sido demasiados al lado de quien nunca le dió pretextos ni motivos para quedarse y que había sido hermoso encontrarlo de nuevo.

Debieron quedarse callados, fingir acaso que no se conocían pero ¿quien le puede decir que no a doce años de desnudez contenida?





http://perropuka.blogspot.mx/2014_05_01_archive.html

martes, 17 de mayo de 2016

La Lluvia

La lluvia como bienvenida, la lluvia incansable que inunda las avenidas, los desniveles, las casas, las almas, la lluvia omnipresente y más en ésta ciudad hecha de agua y sangre, por si usted amable lector no lo sabe, en el D.F. por algún extraño designio astral siempre llueve.
 La llegada de Jorge a la capital no fue precisamente lo que había anhelado en su etapa de estudiante de bachillerato, siempre creyó que venir a la ciudad, estudiar y titularse en la universidad lo podrían llevar de regreso a su pueblo cargado de ayuda para sus coterráneos tan habituados a la tristeza y a la injusticia, sólo que en su camino, una tarde en que escuchaba a un saxofonista trashumante en el andador de Regina, conoció a Malinalli una mujer delgada de ojos alegres y rasgados que de inmediato le robó el alma. Un café fue suficiente como para saber que esos ojos rasgados y oscuros estarían por siempre en su futuro.

Bruscamente la tarde se ha aclarado 
Porque ya cae la lluvia minuciosa. 
Cae o cayó. La lluvia es una cosa 
Que sin duda sucede en el pasado.


La vida juntos no ha sido nada fácil, la Universidad por la mañana se vuelve demandante, más cuando en el estómago sólo hay un plato de avena o café con pan, el viaje en metro desde Indios Verdes hasta C.U. consumen las pocas energías que les quedan guardadas toda vez que por las tardes, ambos acuden a una plaza comercial para ayudar en las ventas nocturnas y el levantamiento de la mercancía (baratijas chinas casi siempre) , este empleo o ayuda que les brinda un tío de ella les permite solventar medianamente sus gastos y manutención.

Una tarde, por aquellas casualidades que la vida siempre nos reserva, hasta su puesto en la plaza llegó un primo de Jorge, músico frustrado que con cara compungida le llevó, caminando como sentenciado a la horca, el último vestigio de dignidad que le quedaba, la “capirucha” cobraba así una víctima más. Entristecido hasta el llanto le ofreció a él que, a cambio de unos pesos para el pasaje a su pueblo, se quedara con su amada “rojita”, una guitarra española de cedro rojo con la que por las noches, a solas en su cuartito de azotea, trataba inútilmente de calmar a sus demonios.
                                                                                                                 



 
                                                              (Fotografías: J. Alfredo “Freddy” Reyes D.R 2013)


Empujado por los recuerdos de su infancia juntos, Jorge solicitó un adelanto de pago y con algo más que traía en la bolsa logró reunir lo suficiente para que suprimo se volviera al rancho, sin saber si volvería a verlo le puso el dinero en una mano y en la otra una bolsa con naranjas y una torta que se había reservado para el día siguiente, se despidieron con un abrazo y la promesa de volver a verse pronto.

Una tormenta que se volvió huracán llamado “Malinalli” se desató ésa noche en su departamento, los reclamos de la mujer no pararon por lo menos los tres días siguientes al encuentro con su primo, hasta que una noche repleta de estrellas la besó tan fuerte que la tormenta…amainó.
En el D.F. por algún extraño designio astral siempre llueve y se inundan las avenidas, los desniveles, las casas y  las almas.
Quien la oye caer ha recobrado
El tiempo en que la suerte venturosa
Le reveló una flor llamada rosa
Y el curioso color del colorado.

Jorge guardó con respeto la guitarra de su primo, creyó que de alguna manera éste volvería en unos días a rescatarla, a pedirle que se la devolviera, a explicarle que sus demonios no se podían dormir si no les cantaba quedito…quedito hasta arrullarlos, pero no fue así…los días pasaron hasta que una tarde de domingo, de esas tardes en que no encuentras nada que ver en el televisor, como si una extraña voz le llamara desde adentro del estuche, miró arriba del ropero, bajó la guitarra, le pasó un paño suave por el barniz y sin haberlo pensado así, rasgó las cuerdas, primero una, luego otra y otra hasta completar las seis y fue así que sin haberlo deseado, se volvió a enamorar, practicaba a escondidas de su mujer, rasgaba las cuerdas y cantaba quedito…quedito, como si de algún modo todo tuviera razón de ser, todo volviera a ser como cuando llegó a la capital cargado de esperanzas y deseos de terminar la carrera y titularse y devolverse al pueblo y abrazar a sus padres tan acostumbrados a la injusticia y a la tristeza y presentarles a su mujer y llevarle a su primo a su amada “rojita” y decirle que todo estaría bien, que sus demonios se habían quedado regados en alguna banqueta húmeda de cualquier calle del centro y que no se preocupara más por ellos que seguramente a ésa misma hora en la ciudad estaría lloviendo como siempre y la lluvia se los llevaría lejos lejos por las alcantarillas que desembocan allá a donde se van las penas.

Esta lluvia que ciega los cristales
Alegrará en perdidos arrabales
Las negras uvas de una parra en cierto

Patio que ya no existe. La mojada
Tarde me trae la voz, la voz deseada,
De mi padre que vuelve y que no ha muerto.




Bibliografía y Links

http://www.guitarraflamenco.com/tiendaonline/74-guitarra-flamenca-aire-roja.html


(publicado en Noviembre de 2014 en Revista Digital Periscopio X)

lunes, 16 de mayo de 2016


En MI natural

El paquete  recién entregado le quemaba las manos, no tuvo que firmar nada, ni identificarse ni dar propina al mensajero-niño de gorra roja que pronto desapareció entre la multitud de madres y alumnos que a esa hora de la mañana se amontonaban en la puerta de la primaria prodigándole a sus hijos veinte bendiciones diferentes y señales de la cruz en todos los poros, como si los cachorros fueran a ser trasladados a pie a una escuela en Irak.
Dudó por varios minutos, se sintió observado, vigilado. Se debatía entre abrir el envoltorio del tamaño de un sobre tamaño carta en el cual se podía adivinar algo pesado y rectangular al fondo del mismo o dejarlo en el buzón para que alguien se lo “apropiara” y así dejar de sentir esa sensación tan extraña, sólo que la curiosidad que es la madre de todos los gatos muertos, pudo más que la razón.


Al abrir el sobre sintió que su corazón latía tan fuerte que pensó que en cualquier momento le reventaría, notó que sus manos temblaban, en el sobre venía un catálogo a color de una casa de artículos musicales que anunciaba en perfectas letras azules resaltadas: “Oferta de armónicas”, alguien con toda intención, le había añadido con letra cursiva y marcador negro la leyenda: “En MI natural”, metió la mano hasta el fondo del sobre, una cajita plástica conteniendo una “Hohner, Marine Band Classic” en tono de MI nuevecita y reluciente hizo que se dibujara una gran sonrisa en su rostro.


Sin proponérselo comenzó a recordar las penurias y malpasadas que hace tantos años tuvo que aguantar para poder juntar los casi cuatrocientos mil viejos pesos que costaba la armónica que le gustaba, una cantidad así no era nada fácil de reunir para un estudiante de bachillerato de clase pre-pobre. Dejar de comerse una torta, regresar a casa a pie o pidiendo “raid” a algún amigo que por casualidad llevara el auto de su papá, ahorrando de a poco en un bote vacío de leche en polvo, llenándolo de monedas y monedas, peso sobre peso hasta que por fin, llegó el día que tanto anhelaba.

Viajó en tranvía y luego en metro, como era un poco torpe para eso de los transbordos decidió bajarse en Pino Suárez y caminar hasta la calle de Bolívar, siempre sobre Mesones rumbo al Eje Central, cuadra tras cuadra, paso a paso cargando en un morral tejido, su bote lleno de monedas      (nunca se le ocurrió cambiar las monedas por billetes).

¿Es que hacemos las cosas sólo para recordarlas?
¿Es que vivimos sólo para tener memoria de nuestra vida?
Porque sucede que hasta la esperanza es memoria y
Que el deseo es el recuerdo de lo que ha de venir.

Casi para llegar a la entrada del establecimiento –uno de los más antiguos distribuidores de instrumentos musicales no sólo del centro, sino de todo el país- escuchó una voz conocida que le llamaba casi a gritos desde la acera de enfrente, ¡Ponchooo, Ponchoooo! Le gritaba al tiempo que agitaba la mano que le quedaba libre -en la otra sostenía un plato de plástico naranja con una quesadilla mordida a la mitad-, se llamaba Teresa y había sido su compañera desde la secundaria y hasta la mitad del cuarto año en la misma prepa, aunque en diferente grupo. Tenía los ojos más transparentes que recordaba haber visto, una mirada color miel que atraía incesante nube de “moscones” y un cuerpo menudito pero con todas las características de las mujeres de costa, es decir: cadera ancha, piernas largas, delgadas y una melena rizada y larga que era la envidia de muchas de sus excompañeras de la prepa.



Alfonso atravesó la calle sin ver y por poco lo arrolla un camión de aquellos trompudos y verdes que hacían base en Mesones y Pino Suárez, verla y abrazarla fue un solo acto, en verdad le daba gusto volver a ver a Teresa, aquella mujercita que a sus pocos años abandonó la escuela sin que nunca nadie supiera bien a bien porqué lo hizo.

¡Paraíso perdido será siempre el paraíso!
A la sombra de nuestras almas se encontraron nuestros cuerpos y se amaron.
Se amaron con el amor que no tiene palabras, que tiene sólo besos.
EL amor que no deja rastro de sí, porque es como la sombra de una nube,
La sombra fresca y ligera en que se abren las rosas.

¿Que andas haciendo por aquí Ponchito? ¿Cómo te va? ¿Qué me cuentas de los muchachos? Y un sinfín de preguntas que no pudo contestar con la misma velocidad con que Teresa se las hacía, sólo atinó a explicarle a medias que tenía la intención de comprarse una armónica en la misma tienda en donde ella trabajaba y que traía en su morral un bote con lo que había logrado reunir en poco más de dos meses, le medio contó de los cuates, de las clases, hablaron largo y tendido recordando anécdotas de chamacos y los apodos de los profes, sin darse cuenta ya habían caminado varias cuadras , ella siempre del brazo de él, sonriente y platicadora y él simplemente embelesado con la Teresa actual, nada que ver con la casi niña que dejó de ver tantos años atrás, Teresa se había convertido en una mujer en toda la extensión de la palabra.

¿Y tu trabajo, no tienes que regresar? Pregunto Poncho. ¿Te confieso algo? Replicó ella, estoy hasta el copete de trabajar en ése lugar, atender clientes que nunca traen el dinero suficiente o que te piden una rebaja en artículos que no lo tienen o que a la menor provocación te están invitando a salir con la finalidad única de llevarte a la cama! ¿Sabes? en honor a que te encontré me tomaré la tarde libre y así quizá hasta me corran y pueda buscar otro empleo.

Sexo puro, amor puro. Limpio de engaños y emboscadas.
Afán del cuerpo solo que juega a morirse.
Risa de dos, como la risa del agua y del niño;
La risa de la bestia bajo la lluvia que ríe.

Esa tarde Teresa se la dedicó en cuerpo y alma a Poncho, se abrazaron hasta quedar sin fuerza, hasta que se les agotaron las ansias que consumen a dos cuerpos juveniles y desnudos en un hotel que les quedó de paso y que ella pagó. Se dijeron al oído las cosas que sólo se dicen los enamorados, las cosas que sólo se dicen las almas gemelas, en una pausa, acurrucada ella en el pecho de él, Teresa preguntó ¿Y en que tono pensabas comprar tu armónica?...¿Tono? ¿A poco se compran por tono las armónicas? Rieron de buena gana los dos, Ponchito, SU Ponchito nunca se habría imaginado que recibiría toda una cátedra de armónicas y tonos de parte de una hermosa mujer desnuda en un hotel de paso.
Sobre tu piel llevas todavía la piel de mi deseo,
Y mi cuerpo está envuelto de ti,
Igual que de sal y de olor.

Salieron del hotel, caminaron por las calles vacías y semi-oscuras del Centro Histórico, con los comercios cerrados y basura en las banquetas, comenzaba a llover y se abrazaron, la llevó al metro más cercano, ella no quiso que la acompañara más allá, sólo hasta el torniquete ¿eh? Le dijo ella, cuando insertó el boleto Poncho le preguntó temeroso de casi saber la respuesta ¿nos volveremos a ver? Ella sonriendo, con la misma mirada de miel que tantos moscones atrapaba, llena de promesas le dijo:



¿Sabes en que tono deberías comprar tu armónica? , cómprala en MI, así cuando la toques te acordarás solamente de mí, de MI al natural, le puso un beso en la mejilla y guiñándole un ojo se alejó presurosa, su hermosa cabellera se perdió entre la multitud de la hora pico.
Hasta ese momento todo había sucedido como en sueños, como en una película francesa de ésas que exhiben tanto en la Cineteca, necesitaba un boleto, necesitaba cambio, buscó en sus bolsillos y no encontró moneda alguna, fue hasta entonces que recordó su morral con el bote de monedas que se había quedado en el buró del hotel, regresó corriendo a preguntar en la recepción sólo que a ésa hora convenientemente acababan de cambiar de turno y pues de su bote, no volvería a saber nada, sólo le entregaron la bata azul que ella usaba para trabajar, tenía su nombre bordado y el emblema de la casa de instrumentos musicales a la que nunca entró, no pudo evitar olerla y sentir de nuevo el perfume de SU Teresa, la de siempre, la de toda la vida, la de nunca jamás.

¿En dónde estamos, desde hace tantos siglos,
Llamándonos con tantos hombres Eva y Adán?
He aquí que nos acostamos sobre la yerba del lecho,
En el aire violento de las ventanas cerradas,
Bajo todas las estrellas del cuarto a obscuras.
Jaime Sabines

Regresó a la entrada del metro, alguien por ahí le obsequió un boleto, otra alma caritativa le dio cinco mil viejos pesos y fue así como por fin pudo llegar ya casi a media noche a su casa, aguantó callado los reclamos de su madre y los gritos del papá, sólo que ésta vez no le afectaron en lo más mínimo, entró a su cuarto, cerró la puerta y sonrió, pulsó la tecla “play” de la grabadora, se colocó los audífonos y escuchó blues hasta que se durmió, siempre pensando en ella, en Teresa, SU Teresa que no sabía si volvería a ver, pensó que tenía que componer un Blues, un Blues suavecito por supuesto…en MI natural.

Enlaces


Publicado en Revista Digital Periscopio X , Diciembre de 2014.
                                                                                      


lunes, 2 de mayo de 2016


Pudiera parecer, a los ojos de otros
que usted y yo hemos planeado vernos
desde hace tiempo
que hemos actuado alevosamente en aras
de un amor prohibido

Pudiera parecer que hemos hecho
todo lo posible por encontrarnos
alejados del mundo, sentados en un parque
cualquiera de cualquier rumbo

Pudiera parecer que hemos tejido una red
protectora de miradas importunas
que nada ni nadie puede trasponer

Nosotros sentados, miramos a todos
y ellos no nos ven,
miramos dentro de nosotros, nos buscamos
pero¿que buscamos?
ahí está tu mirada y al mirarla no
suenan tus palabras
ahi estamos los dos, sentados uno frente
al otro, nos buscamos uno
dentro del otro y parece
a los ojos de otros,que lo
hemos planeado así desde hace tiempo.

Despierto, no sé que pensar ni que hacer
si he de verte hoy en un parque cualquiera, 
de cualquier rumbo alejado de todos
ocultos y a la vista de todos.