lunes, 30 de octubre de 2017



Je T´aime


Tengo una frase tuya guardada en un frasco de boticario, es una frase-enseñanza tal y como “deben ser las frases” según decías.

“Somos como un muñeco de trapo que se va gastando con el tiempo y cada persona, cada amigo se encarga de pegarte un parche que nunca, nunca puedes desprender. Finalmente nos convertimos en un montón de parches encimados…Eso, querido, es lo que en realidad somos”

Nos conocimos casi por casualidad, fuimos compañeros de clase, de una clase a la cual muy rara vez entraba.

Compartimos algunas veces la tarea y otras- las más- una gran jarra de cerveza, te gustaba obscura y helada hasta sudar el vidrio, así era como debía ser según tú.

Nos conocimos por pura casualidad cuando estabas casi a punto de casarte, compartimos tus rumbos, tu parque, mi banca, mis pocos pesos.

Compartimos a Alfonsina con todo y su mar, compartimos un adiós y la frase en francés que más te gustaba: “Je T´aime” decías y aún ahora no sé si fue esa frase o la manera en que la pronunciabas lo que acabó por convertirse en un pequeño parche en mi vida remendada.

¿Parlez vous Francais?

Seulement un peu.

                                                                                                                                            12 Ago 2005.


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CENIZAS


Hace ya bastante tiempo te perdí la pista, no sé si fue a raíz de tu suicidio fallido o de aquella vez en que no acudí como invitado a tu boda.

Te recuerdo precoz y adolescente, acudir a la escuela cargando un enorme bolso lleno de libros y crayolas. Te gustaba llevar en ella toda clase de artefactos y yo procuraba ser del todo un caballero y lo demostraba cargando las letras de tus interminables apuntes de francés.

Muchos años después supe que cargabas en el bolso de mano –otro gran bolso de mano-un negligé negro y arrugado. Te pintabas la cara, dibujando una sonrisa apenas fingida, casi del mismo color de tus crayolas viejas.

Te recuerdo escapando de ti, con una urna llena de cenizas de una madre ajena y un extraño dolor en las arterias rotas.

Recuerdo aquella vez en que curiosos, tratamos de contar las pecas de tu rostro y perdimos la cuenta en el cruce del quinientos uno y tu entrepierna izquierda.

Hace tiempo que no sé de ti, tal vez vayas por ahí cargando un bolso lleno de cenizas y crayolas o de hijos ajenos que imitarán tu estilo de vivir huyendo por puertas falsas, atando a tu cuello un negligé ajado y negro.
                                                                                                                      Agosto 2005

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miércoles, 11 de octubre de 2017


Nuestra Venus

Cuando niños acostumbrábamos reunirnos en el pequeño parque frente a la casa, era una casa demasiado pequeña como para que tantos chamacos estuvieran en santa paz.
Era un edificio de apenas cuatro departamentos y una humilde vivienda hecha de láminas en la azotea, ahí vivían la mayoría de los cuates, eran siete hijos donde la mayor tendría 17 años cuando la conocí.
La madre se dedicaba a la maquila en turnos excesivos y por lo tanto los hijos casi todo el tiempo se la pasaban al garete y sin más restricción que la noche para andar en la calle.
Habrá sido la ociosidad o la verdadera necesidad de ganarse unos centavos bien ganados lo que nos llevó a armar un pequeño plan para allegarnos unos centavos: Por regla general Leticia, la hermana mayor, una vez cumplidas sus tareas y haberle dado de comer a los hermanos y hermanas menores, llenaba con agua caliente una tina de lámina galvanizada y se bañaba a la luz de las veladoras que encendía en el cuartito que les servía de baño, en éste plan mi primera misión consistía en avisar si llegaba algún adulto, mientras por 20 centavos mi amigo -su hermano- le permitía a los otros chamacos de la cuadra espiar los movimientos que dentro de la bañera hacía su hermana.
No hay que decir que pronto se corrió la voz y a eso de las seis de la tarde ya había filas de chamacos calenturientos formados en pequeños y silencioso grupos de tres esperando ver a la venus de la tina galvanizada.
A estas alturas en que lo repienso hay cosas que saltan a mi mente, me imagino que el agua debió estar casi hirviendo para dar tiempo a que pasaran tooodos los pequeños voyeuristas antes de enfriarse.
Ella, siempre envuelta en una bata de baño color rosa y con el cabello amarrado en un enorme chongo de toalla blanca, sonreía feliz y nos repartía parte de las ganancias, yo comencé a ahorrar esas monedas para más adelante comprar un balón de futbol americano que ya había visto en una pequeña tienda de deportes.
Muy pronto mis responsabilidades en el “negocio” fueron en aumento ya que mi amigo había sido inscrito al turno de la tarde en la escuela y ya no podía colaborar en el mismo, ahora me encargaba de hacer pasar a los grupos en silencio y tomarles tiempo para que no vieran de más a nuestro preciado tesoro, algunos de ellos nerviosos trataban inútilmente de ocultar la erección que les causaba ver sólo la espalda mojada de nuestra hermosa Lety.



El clima lluvioso tan común en nuestra ciudad alejó un poco la clientela, ése día me percaté de algo un tanto inusual: Mi vecina había olvidada la bata rosa colgada en el lazo del tendedero.
Siempre utilizaba tres veladoras para iluminar el pequeño baño de lámina de cartón y para que los clientes tuvieran una mejor vista de su juvenil cuerpo, yo desde afuera noté que apagó dos de ellas, su voz aún resuena en mi mente diciendo: ¿Me pasas mi bata por fa?
Timidamente tomé la bata con una mano y la estiré lo más que pude hacia adentro del bañito, una cortina raída hacía las veces de puerta, de repente sentí su mano mojada tomar mi brazo a la altura de la muñeca y me jaló hacia adentro, ¿me ayudas? Dijo con la voz temblándole, no sé si de nervios o de frío y yo, pasmado pude ver cuando se levantó lentamente de entre el jabón y el agua aún humeante.
Tenía un cuerpo delgadísimo y hermoso, el agua escurría sobre su vientre y el cabello enmarañado sobre su rostro, creo que esa tarde debió hacer frío en ése cuartito porque su piel se erizó cuando la vi desnuda, parada frente a mí.
Tenía los pezones duros señalando al cielo, salió de la bañera y se acercó a mí, tomó mi rostro con sus manos frías y me llevó de paseo entre sus firmes senos, los besé suavecito y pude succionar la vida misma de esos oscuros botones que la hacían quejarse cada vez que yo pasaba mi lengua por encima de ellos, yo no quería ni tocarla para no romper el ensueño en que me hallaba, guió mi mano por su entrepierna, me pidió que la abrazara fuerte mientras con una mano me desabotonaba el pantalón.
Hay que ver cuantas funciones puede tener una silla de madera en el lugar correcto, no sé bien a bien cuanto tiempo estuvimos ahí, ella acariciando mi flacucho cuerpo y yo viajando al cielo cada vez que cabalgaba sobre mí.
Conocí su cuerpo más que otros, puedo decir que más veces que otros y ella se llevó mi infancia entre sus piernas.
Cabe decir que del negocio ya no quisimos saber más, desde aquella vez ella era mía y yo sólo tenía ojos para ella, hasta que una tarde al regresar de la escuela, pude ver a mucha gente en la entrada de mi edificio, no me dejaron pasar, los bomberos hacían remoción de escombros y mojaban ya con cubetas los restos de lo que fue un humilde cuarto de azotea.
Pasados los años y gracias a la maravilla de la tecnología he vuelto a encontrar a dos de los tres hermanos que sobrevivieron a aquel infierno, uno de ellos ha prometido enviar a mi mail una foto de su hermana Leticia, mi Lety, nuestra Lety, nuestra venus de la tina galvanizada.

Alfredo “Freddy” Reyes
09-Oct.2017