miércoles, 11 de octubre de 2017


Nuestra Venus

Cuando niños acostumbrábamos reunirnos en el pequeño parque frente a la casa, era una casa demasiado pequeña como para que tantos chamacos estuvieran en santa paz.
Era un edificio de apenas cuatro departamentos y una humilde vivienda hecha de láminas en la azotea, ahí vivían la mayoría de los cuates, eran siete hijos donde la mayor tendría 17 años cuando la conocí.
La madre se dedicaba a la maquila en turnos excesivos y por lo tanto los hijos casi todo el tiempo se la pasaban al garete y sin más restricción que la noche para andar en la calle.
Habrá sido la ociosidad o la verdadera necesidad de ganarse unos centavos bien ganados lo que nos llevó a armar un pequeño plan para allegarnos unos centavos: Por regla general Leticia, la hermana mayor, una vez cumplidas sus tareas y haberle dado de comer a los hermanos y hermanas menores, llenaba con agua caliente una tina de lámina galvanizada y se bañaba a la luz de las veladoras que encendía en el cuartito que les servía de baño, en éste plan mi primera misión consistía en avisar si llegaba algún adulto, mientras por 20 centavos mi amigo -su hermano- le permitía a los otros chamacos de la cuadra espiar los movimientos que dentro de la bañera hacía su hermana.
No hay que decir que pronto se corrió la voz y a eso de las seis de la tarde ya había filas de chamacos calenturientos formados en pequeños y silencioso grupos de tres esperando ver a la venus de la tina galvanizada.
A estas alturas en que lo repienso hay cosas que saltan a mi mente, me imagino que el agua debió estar casi hirviendo para dar tiempo a que pasaran tooodos los pequeños voyeuristas antes de enfriarse.
Ella, siempre envuelta en una bata de baño color rosa y con el cabello amarrado en un enorme chongo de toalla blanca, sonreía feliz y nos repartía parte de las ganancias, yo comencé a ahorrar esas monedas para más adelante comprar un balón de futbol americano que ya había visto en una pequeña tienda de deportes.
Muy pronto mis responsabilidades en el “negocio” fueron en aumento ya que mi amigo había sido inscrito al turno de la tarde en la escuela y ya no podía colaborar en el mismo, ahora me encargaba de hacer pasar a los grupos en silencio y tomarles tiempo para que no vieran de más a nuestro preciado tesoro, algunos de ellos nerviosos trataban inútilmente de ocultar la erección que les causaba ver sólo la espalda mojada de nuestra hermosa Lety.



El clima lluvioso tan común en nuestra ciudad alejó un poco la clientela, ése día me percaté de algo un tanto inusual: Mi vecina había olvidada la bata rosa colgada en el lazo del tendedero.
Siempre utilizaba tres veladoras para iluminar el pequeño baño de lámina de cartón y para que los clientes tuvieran una mejor vista de su juvenil cuerpo, yo desde afuera noté que apagó dos de ellas, su voz aún resuena en mi mente diciendo: ¿Me pasas mi bata por fa?
Timidamente tomé la bata con una mano y la estiré lo más que pude hacia adentro del bañito, una cortina raída hacía las veces de puerta, de repente sentí su mano mojada tomar mi brazo a la altura de la muñeca y me jaló hacia adentro, ¿me ayudas? Dijo con la voz temblándole, no sé si de nervios o de frío y yo, pasmado pude ver cuando se levantó lentamente de entre el jabón y el agua aún humeante.
Tenía un cuerpo delgadísimo y hermoso, el agua escurría sobre su vientre y el cabello enmarañado sobre su rostro, creo que esa tarde debió hacer frío en ése cuartito porque su piel se erizó cuando la vi desnuda, parada frente a mí.
Tenía los pezones duros señalando al cielo, salió de la bañera y se acercó a mí, tomó mi rostro con sus manos frías y me llevó de paseo entre sus firmes senos, los besé suavecito y pude succionar la vida misma de esos oscuros botones que la hacían quejarse cada vez que yo pasaba mi lengua por encima de ellos, yo no quería ni tocarla para no romper el ensueño en que me hallaba, guió mi mano por su entrepierna, me pidió que la abrazara fuerte mientras con una mano me desabotonaba el pantalón.
Hay que ver cuantas funciones puede tener una silla de madera en el lugar correcto, no sé bien a bien cuanto tiempo estuvimos ahí, ella acariciando mi flacucho cuerpo y yo viajando al cielo cada vez que cabalgaba sobre mí.
Conocí su cuerpo más que otros, puedo decir que más veces que otros y ella se llevó mi infancia entre sus piernas.
Cabe decir que del negocio ya no quisimos saber más, desde aquella vez ella era mía y yo sólo tenía ojos para ella, hasta que una tarde al regresar de la escuela, pude ver a mucha gente en la entrada de mi edificio, no me dejaron pasar, los bomberos hacían remoción de escombros y mojaban ya con cubetas los restos de lo que fue un humilde cuarto de azotea.
Pasados los años y gracias a la maravilla de la tecnología he vuelto a encontrar a dos de los tres hermanos que sobrevivieron a aquel infierno, uno de ellos ha prometido enviar a mi mail una foto de su hermana Leticia, mi Lety, nuestra Lety, nuestra venus de la tina galvanizada.

Alfredo “Freddy” Reyes
09-Oct.2017



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