miércoles, 23 de mayo de 2018


La Tormenta
“Debería darte vergüenza cabrón, no sé ni como te llamas pero mira que hacer tanto desmadre por nada!”  le dijo el motociclista al oído.
Las personas a su alrededor no se percataron de sus palabras debido al sonido de la tormenta sobre las láminas galvanizadas.

Afuera la lluvia no cesaba, habían transcurrido casi seis horas de una intensa lluvia y granizada que provocaron un desastre por varias partes de la ciudad.

Es costumbre que en Xochimilco las calles se cierren por casi cualquier cosa, que si el bautizo del niño, los XV años de la nena, El Niñopa, la posada, la salida de los chalmeños, la llegada de los chalmeños, el Niño dormidito, La Virgen de Xaltocán, la feria que dura hasta quince días impregnando de olor a orines las casas de alrededor, la santa cruz, el día del niño, la madre, el grito, y hasta por un miserable velorio!

Esa noche las calles se inundaron de tal manera que ni las camionetas grandes podían pasar, el tráfico entre callejones provocó un congestionamiento que ni los pocos voluntarios mojados podían deshacer.

Autos descompuestos, sobrecalentados  sin un lugarcito para arrinconarse y permitir el paso a los demás, mucha agua y basura flotando, granizo y hojas de los árboles desprendidas por el impacto de las canicas de hielo que esta vez don Tláloc nos mandó.

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Y para colmo de los colmos, cuando uno cree ver la salida a la calle liberada se da un frentazo con un velorio que tapa toda la calle con sus sillas plegables, enlonado y mesas atravesadas para que los autos no molesten la santa paz del que hoy ya reposa entre flores y veladoras, mientras los dolientes hacen chistes de la lluvia y se echan unos tragos a salud del que se fué.

Una fogata a media calle a modo de estufa, las doñas se organizan para servir café y pan de dulce a los mojados concurrentes, mientras los autos pequeños tratan de dar la vuelta y regresar por donde vinieron, el caos es total, no hay manera de hacerlo si el microbús no retrocede y para que retroceda necesita que también se quiten los bicitaxis que lo siguen.

Un motociclista avanza, en ocasiones por la orilla evitando caer en las coladeras destapadas, las adivina por el pequeño remolino de basura que flota sobre ellas, en otros tramos de plano se tiene que subir a la banqueta para poder avanzar, la lona que cubre la calle tiene un pequeño espacio que bien podría usar para pasar pero en el último momento decide detenerse, apaga su moto , se apea y sin quitarse el casco, pide permiso y entra escurriendo el piso de cemento hasta donde el ataúd  guarda los restos de un caballero de mediana edad, canoso y con tapones de algodón en la nariz.

Lentamente y sin quitarse el casco se acerca al oído del difunto y le susurra algunas palabras que nadie escuchó, sale sin despedirse y se aleja a bordo de su corcel.

La mañana siguiente un gran alboroto recorre el barrio aquél, los pregoneros de un periódico sensacionalista gritan algo bastante raro.

Cuentan que el difunto se levantó y abrió los ojos causando pánico a todos los asistentes que sobra decirlo, salieron huyendo despavoridos de la casita aquella. Al salir de su encierro, el difunto lleno de vergüenza y llorando comenzó a levantar las mesas, sillas y a hacer a un lado las coronas de flores que le habían llevado, apagó la lumbre del fogón y derramó al pavimento el café sobrante, los autos con los vidrios empañados comenzaron a avanzar, mientras el difunto-aún con los tapones de algodón en la nariz- trataba inútilmente de disculparse con los conductores.

Sólo uno de ellos bajando el cristal empañado sacó una mano y le dio una moneda de cinco pesos que el difunto agradeció y se guardó en el bolsillo.

“La próxima vez que me muera estaré atento al pronóstico del tiempo –pensó en el idioma que sólo los muertos conocen-nunca me gustó ser una molestia para nadie en vida, mucho menos ahora que ya estoy muerto”

Dicho (o más bien pensado) lo anterior se encerró en su casita a esperar que el clima mejore.

En la televisión resaltan la nota de que un perro mordió a una niña y que la tormenta durará varios días más.

23 Mayo 2018.

viernes, 11 de mayo de 2018


Tzompantli

Como de costumbre he llegado a casa pasadas las ocho de la noche, esta vez la lluvia no me perdonó un segundo del trayecto que recorro desde el trabajo hasta el lugar en donde vivo.

He llegado empapado hasta la médula a pesar de haberme colocado el impermeable y las botas crubre-calzado que todo motociclista bien nacido carga siempre.

Al fondo del pasillo que conduce a mi apartamento logro adivinar un nutrido grupo de personas, son mis vecinos que en esta ocasión han llamado a la policía y le señalan espantados mi patio y mi perta de entrada.

¿Usted vive aquí? Me pregunta un oficial bajito y con cara de teporocho.

Si, le respondo con mi mejor tono gandallesco ¿Por qué? Le reviro y el oficial chiquito comienza a balbucear algo que difícilmente pude entender.

¿Sabe oficial? Tengo pérdida auditiva selectiva, así que le agradeceré hable con los cojones bien puestos para que le entienda!

Mis vecinos hacen un bisbiseo molesto, parecen moscas sobre la carne descompuesta o sobre el tiradero de basura delegacional.

El policía -para mí no es oficial alguien con voz de niña enamorada- calma el barullo de mis vecinos y comienza a explicar su presencia en mi patio.

-Sus vecinos se quejan de usted-

Ah si? Y ¿Por qué? Alzo de nuevo la voz mientras busco a alguno de ellos que me sostenga la mirada o que se atreva a darme la queja a mí directamente y no a través de un monito vestido de azul.

Es que dicen que lo que usted hace es una cochinada, que no puede usted hacer lo que hace, que los niños se enfermarán, que ya han muerto sus mascotas y hasta uno que otro gato curioso, es más dicen que hasta usted se puede enfermar y morir.

¿Morir? ¿Yooo? Me río de buena gana mientras los vecinos poco a poco se desperdigan, verá usted mi animoso poli, yo no puedo morir por causas tan vanales.

Yo no tengo la culpa de que hoy en día mis vecinos estén más habituados a estar sentados viendo el celular en vez de preocuparse por ser buenos cazadores como yo.

Las pieles que usted vé tapizando mi pared, las he debidamente salado y secado al sol, mientras que los huesos y carne se las he dejado a las hormigas para que se alimenten de ello.

Las cabezas de estos animales las he empalado en un pequeño Tzompantli tal como lo hacían nuestros ancestros, pero con el correr de los años verá usted, se ha vuelto insuficiente a tal grado que ya son casi doscientos empalamientos de éstas características, tantos son que en ocasiones me cuesta trabajo pasar entre ellos, no quiero ni pensar lo difícil que sería salir de casa en caso de un terremoto o de un incendio.

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¿Qué si es molesto? Lo es en la medida que a mí me moleste, no veo porque debería obedecer las reglas de tan chismosa gente -a estas alturas ya sólo quedaban dos comadrejas platicando de pañales y cosas “normales” , haciéndose como que ellas no sabían a que habían ido hasta mi patio-

¿Lo ve mi poli? …ya lo dejaron solo conmigo.

¿No le da miedo estar parado justo enfrente de un carnicero primitivo como yo?

Sin embargo le ofrezco algo para que no vuelvan a importunarlo con sus chismes, claro si usted acepta.

Haciendo como que tomaba nota el policía chiquito dijo en su voz chiquita: dígame usted.

Mire le prometo que aprenderé a escribir en idioma cucaracho y pondré pequeños letreros para que las cucarachas lo lean.

Sólo que mientras eso pase seguiré dejando las cabezas y las pieles en la entrada de mi casa para que sepan las cucarachas invasoras lo que les espera si se atreven a entran a mis dominios.

El policía chiquito anotó algo en su pequeña libreta y con su pequeña voz me dijo: que tenga buenas noches, una última pregunta ¿podría usted ayudarme en casa? tengo plaga de hormigas y en ocasiones se me meten a la garganta por las noches y me roban la voz mientras duermo y eso no es nada agradable se lo aseguro.

Le anoté con números pequeños mi teléfono en su pequeña libreta y se marchó.

Ahora debo buscar un manual de taxidermia de hormigas y vecinos chismosos.