lunes, 16 de mayo de 2016


En MI natural

El paquete  recién entregado le quemaba las manos, no tuvo que firmar nada, ni identificarse ni dar propina al mensajero-niño de gorra roja que pronto desapareció entre la multitud de madres y alumnos que a esa hora de la mañana se amontonaban en la puerta de la primaria prodigándole a sus hijos veinte bendiciones diferentes y señales de la cruz en todos los poros, como si los cachorros fueran a ser trasladados a pie a una escuela en Irak.
Dudó por varios minutos, se sintió observado, vigilado. Se debatía entre abrir el envoltorio del tamaño de un sobre tamaño carta en el cual se podía adivinar algo pesado y rectangular al fondo del mismo o dejarlo en el buzón para que alguien se lo “apropiara” y así dejar de sentir esa sensación tan extraña, sólo que la curiosidad que es la madre de todos los gatos muertos, pudo más que la razón.


Al abrir el sobre sintió que su corazón latía tan fuerte que pensó que en cualquier momento le reventaría, notó que sus manos temblaban, en el sobre venía un catálogo a color de una casa de artículos musicales que anunciaba en perfectas letras azules resaltadas: “Oferta de armónicas”, alguien con toda intención, le había añadido con letra cursiva y marcador negro la leyenda: “En MI natural”, metió la mano hasta el fondo del sobre, una cajita plástica conteniendo una “Hohner, Marine Band Classic” en tono de MI nuevecita y reluciente hizo que se dibujara una gran sonrisa en su rostro.


Sin proponérselo comenzó a recordar las penurias y malpasadas que hace tantos años tuvo que aguantar para poder juntar los casi cuatrocientos mil viejos pesos que costaba la armónica que le gustaba, una cantidad así no era nada fácil de reunir para un estudiante de bachillerato de clase pre-pobre. Dejar de comerse una torta, regresar a casa a pie o pidiendo “raid” a algún amigo que por casualidad llevara el auto de su papá, ahorrando de a poco en un bote vacío de leche en polvo, llenándolo de monedas y monedas, peso sobre peso hasta que por fin, llegó el día que tanto anhelaba.

Viajó en tranvía y luego en metro, como era un poco torpe para eso de los transbordos decidió bajarse en Pino Suárez y caminar hasta la calle de Bolívar, siempre sobre Mesones rumbo al Eje Central, cuadra tras cuadra, paso a paso cargando en un morral tejido, su bote lleno de monedas      (nunca se le ocurrió cambiar las monedas por billetes).

¿Es que hacemos las cosas sólo para recordarlas?
¿Es que vivimos sólo para tener memoria de nuestra vida?
Porque sucede que hasta la esperanza es memoria y
Que el deseo es el recuerdo de lo que ha de venir.

Casi para llegar a la entrada del establecimiento –uno de los más antiguos distribuidores de instrumentos musicales no sólo del centro, sino de todo el país- escuchó una voz conocida que le llamaba casi a gritos desde la acera de enfrente, ¡Ponchooo, Ponchoooo! Le gritaba al tiempo que agitaba la mano que le quedaba libre -en la otra sostenía un plato de plástico naranja con una quesadilla mordida a la mitad-, se llamaba Teresa y había sido su compañera desde la secundaria y hasta la mitad del cuarto año en la misma prepa, aunque en diferente grupo. Tenía los ojos más transparentes que recordaba haber visto, una mirada color miel que atraía incesante nube de “moscones” y un cuerpo menudito pero con todas las características de las mujeres de costa, es decir: cadera ancha, piernas largas, delgadas y una melena rizada y larga que era la envidia de muchas de sus excompañeras de la prepa.



Alfonso atravesó la calle sin ver y por poco lo arrolla un camión de aquellos trompudos y verdes que hacían base en Mesones y Pino Suárez, verla y abrazarla fue un solo acto, en verdad le daba gusto volver a ver a Teresa, aquella mujercita que a sus pocos años abandonó la escuela sin que nunca nadie supiera bien a bien porqué lo hizo.

¡Paraíso perdido será siempre el paraíso!
A la sombra de nuestras almas se encontraron nuestros cuerpos y se amaron.
Se amaron con el amor que no tiene palabras, que tiene sólo besos.
EL amor que no deja rastro de sí, porque es como la sombra de una nube,
La sombra fresca y ligera en que se abren las rosas.

¿Que andas haciendo por aquí Ponchito? ¿Cómo te va? ¿Qué me cuentas de los muchachos? Y un sinfín de preguntas que no pudo contestar con la misma velocidad con que Teresa se las hacía, sólo atinó a explicarle a medias que tenía la intención de comprarse una armónica en la misma tienda en donde ella trabajaba y que traía en su morral un bote con lo que había logrado reunir en poco más de dos meses, le medio contó de los cuates, de las clases, hablaron largo y tendido recordando anécdotas de chamacos y los apodos de los profes, sin darse cuenta ya habían caminado varias cuadras , ella siempre del brazo de él, sonriente y platicadora y él simplemente embelesado con la Teresa actual, nada que ver con la casi niña que dejó de ver tantos años atrás, Teresa se había convertido en una mujer en toda la extensión de la palabra.

¿Y tu trabajo, no tienes que regresar? Pregunto Poncho. ¿Te confieso algo? Replicó ella, estoy hasta el copete de trabajar en ése lugar, atender clientes que nunca traen el dinero suficiente o que te piden una rebaja en artículos que no lo tienen o que a la menor provocación te están invitando a salir con la finalidad única de llevarte a la cama! ¿Sabes? en honor a que te encontré me tomaré la tarde libre y así quizá hasta me corran y pueda buscar otro empleo.

Sexo puro, amor puro. Limpio de engaños y emboscadas.
Afán del cuerpo solo que juega a morirse.
Risa de dos, como la risa del agua y del niño;
La risa de la bestia bajo la lluvia que ríe.

Esa tarde Teresa se la dedicó en cuerpo y alma a Poncho, se abrazaron hasta quedar sin fuerza, hasta que se les agotaron las ansias que consumen a dos cuerpos juveniles y desnudos en un hotel que les quedó de paso y que ella pagó. Se dijeron al oído las cosas que sólo se dicen los enamorados, las cosas que sólo se dicen las almas gemelas, en una pausa, acurrucada ella en el pecho de él, Teresa preguntó ¿Y en que tono pensabas comprar tu armónica?...¿Tono? ¿A poco se compran por tono las armónicas? Rieron de buena gana los dos, Ponchito, SU Ponchito nunca se habría imaginado que recibiría toda una cátedra de armónicas y tonos de parte de una hermosa mujer desnuda en un hotel de paso.
Sobre tu piel llevas todavía la piel de mi deseo,
Y mi cuerpo está envuelto de ti,
Igual que de sal y de olor.

Salieron del hotel, caminaron por las calles vacías y semi-oscuras del Centro Histórico, con los comercios cerrados y basura en las banquetas, comenzaba a llover y se abrazaron, la llevó al metro más cercano, ella no quiso que la acompañara más allá, sólo hasta el torniquete ¿eh? Le dijo ella, cuando insertó el boleto Poncho le preguntó temeroso de casi saber la respuesta ¿nos volveremos a ver? Ella sonriendo, con la misma mirada de miel que tantos moscones atrapaba, llena de promesas le dijo:



¿Sabes en que tono deberías comprar tu armónica? , cómprala en MI, así cuando la toques te acordarás solamente de mí, de MI al natural, le puso un beso en la mejilla y guiñándole un ojo se alejó presurosa, su hermosa cabellera se perdió entre la multitud de la hora pico.
Hasta ese momento todo había sucedido como en sueños, como en una película francesa de ésas que exhiben tanto en la Cineteca, necesitaba un boleto, necesitaba cambio, buscó en sus bolsillos y no encontró moneda alguna, fue hasta entonces que recordó su morral con el bote de monedas que se había quedado en el buró del hotel, regresó corriendo a preguntar en la recepción sólo que a ésa hora convenientemente acababan de cambiar de turno y pues de su bote, no volvería a saber nada, sólo le entregaron la bata azul que ella usaba para trabajar, tenía su nombre bordado y el emblema de la casa de instrumentos musicales a la que nunca entró, no pudo evitar olerla y sentir de nuevo el perfume de SU Teresa, la de siempre, la de toda la vida, la de nunca jamás.

¿En dónde estamos, desde hace tantos siglos,
Llamándonos con tantos hombres Eva y Adán?
He aquí que nos acostamos sobre la yerba del lecho,
En el aire violento de las ventanas cerradas,
Bajo todas las estrellas del cuarto a obscuras.
Jaime Sabines

Regresó a la entrada del metro, alguien por ahí le obsequió un boleto, otra alma caritativa le dio cinco mil viejos pesos y fue así como por fin pudo llegar ya casi a media noche a su casa, aguantó callado los reclamos de su madre y los gritos del papá, sólo que ésta vez no le afectaron en lo más mínimo, entró a su cuarto, cerró la puerta y sonrió, pulsó la tecla “play” de la grabadora, se colocó los audífonos y escuchó blues hasta que se durmió, siempre pensando en ella, en Teresa, SU Teresa que no sabía si volvería a ver, pensó que tenía que componer un Blues, un Blues suavecito por supuesto…en MI natural.

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Publicado en Revista Digital Periscopio X , Diciembre de 2014.
                                                                                      


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