jueves, 3 de noviembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA PERDERSE EN LA CAPITAL (12.60 A.M.)

(Publicado en http://www.culturablues.com/) Noviembre de 2011
No sé, bien a bien, si la intención de mi padre era enseñarnos a andar de vagos, a ponernos bien “truchas” o… si en el fondo, le hubiera gustado que nos perdiéramos, para ver nuestras caras en vivo y en directo, desde la barra de “personas extraviadas, servicio a la comunidad” que presentaban en la Tele; y donde además, con un poco de suerte, hasta te tocaba ser llevado al estudio “B” del Canal Cinco en Televicentro.

Como comenté en la entrega anterior, el oficio de fotógrafo ambulante requería un vasto conocimiento de rutas, modalidades de transporte y mucho “ojo de chícharo” para la exploración de las diversas zonas de la capital; zonas que, en ocasiones, se tornaban bastante peligrosas para dos chamacos pre-púberes, con cara de personajes de Buñuel.

Las instrucciones de nuestro padre para llevar algún trabajo a un determinado lugar eran, más o menos de la siguiente manera:

“Toman el camión que va a Mesones, se bajan en Municipio Libre, se pasan a la esquina contraria, esperan el trolebús que diga “Mixcoac” le piden al chofer que los baje en el mercado de Revolución, ahí pasa un camión que dice Observatorio y a donde llega buscan la calle que se llama “Camino de Toros” suben cuatro cuadras hasta donde está una tienda que tiene un escalón altote y un letrero de “Pepsi”, dan vuelta a la derecha caminan otras dos cuadras, ahí en la segunda cuadra tienen cuidado porque salen unos perros muy bravos, así que mejor caminan por la banqueta de lado derecho., Pasando el poste de fierro que está pintado de azul, van a encontrar una peluquería y junto a ésta, hay un zaguán rojo que tiene tres timbres, tocan el de en medio y a la persona que les abra le preguntan por Don Juan Zacarías y le dicen que llevan las fotos de los quince años de Espergencia del Olmo, son 52 fotos de a peso cada una, si se las paga de un jalón que bueno, si no que les diga para cuando las quiere…NO SE LAS VAYAN A DEJAR ¿Eh? Si les pide una rebajita se las dejan de a ochenta centavos lo menos, así que entonces ¿si son 52 de a peso cuanto les tiene que dar?, 52 pesos ¿verdad? pero si se las dejan de a ochenta ¿Cuánto es?...decía esto mientras hacía la cuenta con sus números bien dibujados sobre un pedazo de papel de estraza…son…$41.60, ¿Estamos? Bueno, se van con cuidado y se regresan de la misma manera, nos vemos en la tarde”









Palabras más, palabras menos, esa era la manera en que nos transfería parte de su responsabilidad.

Era bastante complicado aprendernos todas las instrucciones de un jalón, sin USB o MP3 de por medio; así que siempre íbamos bien “truchas”, pelando tamaños ojotes: buscando los perros azules o el poste de pepsi con tres timbres donde había un trolebús en el escalón para preguntar por don Justo Espergencio y dejarle las fotos fiadas al peluquero para el siguiente fin de semana (no siempre los seres humanos han tenido un terabyte de memoria, perdón)…Cabe aclarar que ¡siempre regresamos con bien a casa!, todos asoleados, con cara de susto por las corretizas de los perros, hambrientos y, lo más sorprendente, es que lo hacíamos sin contar con GPS!

Era el año de 1975 y mi madre, temerosa de que algún día en verdad se le fueran a perder sus hermosos críos, haciendo gala de manejo eficiente de la economía doméstica, le compró a mi hermano (ya con edad para manejar) ¡su propio automóvil! Un Vauxhall de cuatro puertas color verde botella que, para nosotros equivalía a tener nuestro propio Ferrari; el carrito verde traía un radiecito de teclas con sus bocinas ocultas en el tablero. Gracias a él, podíamos sintonizar y una estación,en a.m. por supuesto, que se llamaba “Radio Capital”; en ella transmitían música de bandas como Los Rolling Stones, The Guess Who?, Los Doors ,The Who, Chicago y muchas bandas más, ¡todo un oasis para nuestros cerebros viajeros!. Entre los programas que marcaron para siempre nuestros oídos destacan: “Estudiantes 12.60”, “Rock a la Rolling”, “El mundo Romántico de Demiss Rousos y Los Bee Gees”, “Cara a Cara” o “Vibraciones” -sin duda el más Heavy de aquellos tiempos-.



¿Cómo olvidar la incomparable voz del maestrazo César Alejandre? Sobre todo cuando ponía a competir dos melodías una del viejo cuño rockero, contra otra de hechura más “moderna”, en un programa que se llamaba “Cara a cara” en el cual los radio-escuchas, a través de llamadas telefónicas, (en aquellos tiempos no había nacido el inventor de la palabra “twitt”) decidían cuál melodía se debía programar

¿Cómo no recordar la voz de Manuel Camacho –con cierto efecto y “delay” que marcó la diferencia con otros locutores de la época- cuando anunciaba, ceremoniosamente: “Muuuuy buenas noches…”; para luego desvelar el nombre del grupo siguiente que, por lo regular, no era de lo más comercial del momento?, En tal estatus se encontraban grupos como Focus, Bachman, Turner, Overdrive o el mismísimo Canned Heat.

De ésta manera incrementamos nuestra cultura musical, conocimos temas como: “Boogie Refrito”, “American Woman”,”Cuztard Pie”,”Jumping Jack Flash”, “You ain't seen nothin' yet”,”Roadhouse Blues” y ¿Por qué negarlo? También rolas con bastante melaza como "When I'm a Kid",”Melody” y tantas y tantas rolas de inolvidable hechura que se grabaron a fuego en nuestras mentes.

El nocheriego programa llegaba a nuestros avispados oídos, gracias a un viejo radio marca Phillips y a puerta cerrada, para no interrumpir las telenovelas de la “Jefa” quien no dudaba, entre comercial y comercial, en violentar la chapa para ver ¡qué estábamos haciendo!. Mi pobre madre se imaginaba que nos sorprendería en pleno proceso de transformación zombie, o algo así.


 


La ciudad…abierta como el mar; en ella, pudimos recorrer más distancia en menos tiempo y de paso ser testigos de la paulatina transformación del entorno. Conocimos otros rumbos, nuevas rutas para llegar a donde nos mandaran. Exploramos calzada de Tlalpan en dirección Sur desde Taxqueña, sorteando sus famosos cruceros de la muerte en Xotepingo y El Reloj, hasta Ciudad Jardín; hacia el centro, los no menos peligrosos cruces con las avenidas: Emiliano Zapata y Municipio Libre.



Conocimos el periférico, zona hasta entonces, vedada a nuestros ojos - conocida en aquel entonces como periférico sur porque, efectivamente, sólo llegaba al Sur, una barda de piedra y un pozo de agua cerraban el paso a los carriles que terminaban de manera abrupta frente a la pista Olímpica de Canotaje de Cuemanco; de ahí, se podía rodear por camino de terracería con dos carriles, casi siempre inundados y desbordados por las aguas estancadas del canal de la Ciénega, para salir hacia la avenida Tláhuac pasando por las Torres.

Época difícil para los habitantes de la zona que hoy conocemos como la avenida División del Norte, en Xochimilco. En aquellos tiempos, no se permitía la construcción lo que ahora llamamos “La Cebada” o “Barrio 18”, sobra decir que ésa, era razón suficiente para que no se le proveyera de servicio alguno; ni que decir de cuando, en época de lluvias, el agua literalmente les llegaba a las rodillas. No obstante, a temprana hora, se podía observar en la avenida, parejas muy “ajuareadas” para ir a trabajar, con un par zapatos en una mano, portafolios en la otra, calzando botas de hule largas y cuidándose de no caer en algún hoyanco cubierto de lodo, que malograra el cuidadoso arreglo mañanero. Una vez en la avenida, se cambiaban el calzado y el acompañante regresaba a casa con las botas en la mano, ésta era rutina de horarios específicos por la mañana, y por la tarde, ¡todos los días de la semana!



Sobre la Avenida División del Norte existían innumerables expendios de elotes, cocidos en tinas enormes y cubiertas por coloridos manteles, y puestos a recocer sobre anafres de metal; dichos locales, mostraban pequeñas bardas en sus pórticos para atajar el agua de las inundaciones que, agitada por el paso de camiones de pasajeros repletos al estilo Vargas en sus tiras de “La Familia Burrón”, amenazaban con colarse al interior de sus comercios.

En ocasiones el agua era tanta, que la calzada sólo se podía reconocer por los ahuejotes sembrados en su camellón central ¡Ni qué decir cuando de pasar por ahí en auto se trataba!, era necesario hacerlo con suma precaución y a una velocidad muy, pero muy moderada…para evitar que el agua llegara a mojar el distribuidor y en consecuencia, el auto se apagara en medio del “charcote” aquél. ¡Imagínense! tener que empujar el carrito 500 ó 600 metros, con una fila enoooorme de autos detrás tocando el claxon

Eran tiempos difíciles pero nada que una buena rolita de Radio Capital, aún con el agua a las rodillas no ayudara a superar con buen ánimo rockero!!



Corrección de estilo: Lic. Mirna González Castañeda



Bibliografía y Links

http://www.panoramio.com/photo/33842629

http://sangrepesada2.wordpress.com/2009/02/10/v-a-60/

http://checoblog.wordpress.com/2007/02/20/el-tunel-del-tiempo/

http://www.musicaheavy.org/

http://www.raw-tcsd.com/RAW1__c.htm


lunes, 3 de octubre de 2011

CÓMO SE MUERE UN CORONEL (Take it Easy)

publicado en : http://www.culturablues.com/ número 5, Octubre de 2011.


Si algo añoro de Xochimilco, son los paisajes descritos con todo esplendor por Fernando Celada en su poema de corte bucólico titulado simplemente “Xochimilco”:

“…Cuando vuelvo los ojos de mi memoria

A tus verdes islotes y azules lagos,

Me refrescan la vida sueños de gloria

Y al corazón le curan recuerdos vagos…

Canales que enlazaban lagos y embarcaderos como el que lleva su nombre, y que en otro tiempo se unió con otros embarcaderos a través del canal, hoy relleno, sobre el que se diseñó la calle Margarita Maza de Juárez adoquinada en su rodamiento, como complemento indispensable de callejones empedrados, fachadas rústicas y enredaderas en amasiato permanente con rejas de hierro forjado.

…Por abril y por mayo, sobre tu seno,

Todo un cármen de flores risueño agrupas,

Y atraviesa tu lago dulce y sereno

Una hilera de balsas y de chalupas…”


El embarcadero en cuestión, tenía una extensión mayor a la que conocemos hoy en día. El estacionamiento era un brazo de agua que se estiraba hacia la calle de Nicolás Bravo y Pino. A la intersección que formaba la calle de Guadalupe I. Ramírez y el ex –canal, hoy la calle de Margarita Maza, se le conocía como “el primer puente”; y justo enfrente del mismo, se ubicaba un galerón enorme llamado “Auto Servicio Coronel”.

¿Por qué les cuento todo esto? Verán:

La profesión de fotógrafo ambulante nos obligaba a buscar el sustento en casi cualquier parte de la ciudad y en nuestra delegación principalmente. Cierta tarde, al volver mi hermano Miguel y yo de tomar las fotografías de un cumpleaños y enfilar hacia la casa, pasamos justo a un costado del Servicio Coronel, convertido en el “Hoyo Fonky” de moda en nuestro barrio, y fue ahí justamente, en donde escuchamos por primera vez a uno de los grupos tal vez más representativos del blues-rock nacional, me refiero al malogrado “Hangar Ambulante” de Sergio Villalobos. (+)
 
 
                                                                    El Hangar Ambulante

Los acordes que salían de aquél enorme taller de estructura metálica, nos atornillaron al piso y sentados en la acera de enfrente, nos quedamos escuchando las melodías que años después supe que eran interpretaciones de blues con mucho “punch”, rolas como “Hoochie Coochie Man”, “Rockin Rover” o “Rock me Baby”, fueron de las primeras inspiraciones bluseras que nos llegaron al oído de manera… casi accidental.


Agrupaciones como Árbol, Ataúd Blindado, Náhuatl, Bandido y muchos más también hicieron su aportación a la cultura musical de decenas de jóvenes como nosotros, bandas constituidas hoy en leyendas y pioneros del rock nacional.

No omito recordarles que en los años setenta aún se estilaba por parte de la policía delegacional, hacerse presente en el momento menos oportuno (en aquellos años no se ponía de pretexto haber recibido alguna llamada anónima para denunciar nada, ni se tiraban la puertas de los poetas a patadas para robarles el reloj), ese día no fue la excepción y he aquí que para no perder la tradición, y con el claro afán de aguadarnos la tarde, llegaron varias “Julias” con sus decenas de policías panzones que, sin decir agua va, comenzaron a corretear y apañar a varios chavos rockanroleros que como en oferta de temporada, se llevaban gratis su respectiva “desgreñada” antes de ser subidos a empujones a la “panel” para ser conducidos al juzgado cívico, lugar en donde después de pagar cara la “vagancia” así como su culposa filia rockera y una multa en efectivo, sin recibo de por medio, eran liberados, no sin antes recibir unos buenos zapes y su rigurosa “tuzada”.

Aún cuando a nosotros no nos molestaron, los polis sí nos pidieron de manera comedida, y con los finos modales que los han caracterizado a través del tiempo, que nos retirásemos del lugar a lo cual no nos opusimos en absoluto, devolviéndoles mentalmente y por partida doble aquella frase tan sentimental que nos gritaron: “!Órale cabrones, a la chingada!”

Aquella anécdota por supuesto que nunca se la comentamos a nuestros padres, temerosos de vernos involucrados en algo que tuviera que ver con “greñudos y mariguanos”, sin embargo y para alegría nuestra, el hoyo aquél, se cambió de lugar trasladándose años después al estacionamiento de la Arena de Lucha de Don Ángel Contreras, lugar a donde acudimos infinidad de ocasiones a escuchar, casi siempre desde afuera, a los grupos de moda en el escenario aún muy rupestre de nuestro rock; al volver a casa lo hacíamos
con una gran sonrisa en el rostro, sonrisa que nos duraba una semana exacta, hasta el siguiente “tokin” y cuyo motivo nuestros padres no acertaban a descifrar - a pesar de mirarnos fijamente a los ojos, olfatearnos las manos, analizarnos minuciosamente en busca del efecto de algún hongo huautleco y casi someternos al polígrafo con forma de cinturón que usaba nuestro padre para saber la verdad de nuestro embeleso.

Por aquellos “ayeres” disfrutábamos mucho al escuchar un L.P. del grupo Californiano llamado “Eagles” con rolitas maravillosas como “Take it Easy”, “Witchie Woman” o “Early Bird”, en un fino ritmo country-rock muy nostálgico y relajante.


El primer éxito de éste grupo fue sin lugar a dudas “Take it Easy", tema compuesto por Glenn Frey y su amigo Jackson Browne que rápidamente se coló a la lista del Billboard en el número 12 de 100, catapultando a la banda a los primeros lugares de popularidad.

La agrupación estuvo formada en sus inicios por Glenn Frey - Guitarra/Teclados/Voz, Don Henley - Percusión/Voz/Guitarra, Bernie Leadon - Guitarra/mandolina/banjo/steel, y Randy Meisner - Bajo/Voz.

Nos gustaba escuchar este disco por las tardes, cuando el sol comenzaba a pintar nuestra calle de un tono naranja deslumbrante y todos en la cuadra se guardaban para finalizar sus tareas o reposar la comida.

Era la hora en que los juegos se pausaban, ese súbito silencio era aprovechado por nosotros, para escuchar los trinos de cientos de aves -igualito que la canción “Early Bird” del citado disco- que a esa hora, regresaban a anidar en las copas altísimas de los árboles de nuestro parque, también llamado Fernando Celada.

El interior del álbum ofrecía a la vista un paisaje desértico con una hoguera encendida afuera de una caverna y muchos abrojos y cactus al fondo; nosotros, jóvenes al fin con morral lleno de sueños al hombro, platicábamos y hacíamos planes para cuando ambos tuviésemos nuestra respectiva motocicleta irnos a recorrer el mundo, como aquellos personajes de la película “Easy Rider”, y acampar en algún paisaje similar sentados frente a una buena fogata, riéndonos de la vida.

El Servicio Coronel fue otra víctima más, o como lo llaman hoy en día otro “daño colateral” en aquella guerra sucia en contra del rock nacional y sus adeptos, fue clausurado y negado, por “órdenes de arriba” una y otra y otra vez, el permiso para reabrir a pesar de haber cubierto los innumerables requisitos burocráticos y pagado las consecuentes multas y “mordidas” a funcionarios no tan menores de aquella época.

Finalmente y ante la imposibilidad de volver a funcionar, lleno de hierba y basura nuestro querido Coronel se nos fue muriendo a la vista de todos quienes alguna vez lo conocimos, tal vez nuestra indiferencia nos convirtió en cómplices de aquél “tallericidio” y fue de ésta triste manera, lleno su corazón de óxido y abandono, como terminaron sus gloriosos días de rock y corretizas.

Aún hoy se desconoce quiénes fueron los autores materiales, e intelectuales, de su burocrática y evitable muerte (el homicidio en México es un delito que no prescribe, lástima que la justicia de ayer se parezca tanto en lo discrecional a la de hoy).

Bibliografía y Links

http://www.youtube.com/watch?v=gvw7jVNYU2w&feature=related

http://estroncio90.typepad.com/blog/2011/03/el-hangar-ambulante.html

http://www.galeon.com/pionerosdelrock/bandas.htmhttp://www.galeon.com/pionerosdelrock/bandas.htm

http://es.wikipedia.org/wiki/Eagles

http://lempidka.wordpress.com/2009/10/23/xochimilco/

http://es.wikipedia.org/wiki/Fernando_Celada

jueves, 1 de septiembre de 2011

Tranvía a la Luna (mentes en construcción Septiembre)

Tranvía a La Luna (Inside Looking Out)

Publicado en: http://www.culturablues.com/
http://culturablueslarevista.blogspot.com/



En pasadas entregas les he comentado algo acerca del entorno que allá por los ya lejanos años setenteros nos tenía copados en éste hermoso lugar llamado Xochimilco, del cual siempre me he sentido un poco extranjero naturalizado a pesar de haber nacido en una vieja vecindad del barrio de San Pedro de la cual no conservo ningún recuerdo ya que a los pocos meses de haber sido arrojado al mundo nos mudamos a un cuartito en la calle de Pino , que sobra decir que era (aún hoy sigue siendo) la única calle para salir del centro de Xochimilco y la cual parece que nunca terminarán de remodelar.

Por alguna razón que sólo los ilustres políticos de aquella época saben, el palacio de gobierno situado en el centro de la demarcación, comenzó a ser demolido y las oficinas de gobierno fueron repartidas en diversos edificios y construcciones circundantes, la oficina de el delegado se situó en un edificio eternamente azul de la misma calle de Pino en donde existía una farmacia en la planta baja, local que hoy es ocupado por una pizzería y fue en ése mismo edificio en donde tuve mi primer contacto real con lo que hoy se ha dado en llamar la “clase política”. 


De este encuentro les narraré una anécdota, resulta que debido a la profesión de mi padre y al no ser tan abundantes los fotógrafos profesionales en aquellos tiempos un buen día fue llamado para tomar el registro a dos bustitos de bronce que representaban a los dos indígenas a los que se debe la escritura y traducción del “libellum de medicinalibus indorum herbis” también conocido como “Códice de la Cruz-Badiano” o libro herbolario azteca (que pésima traducción), estos indígenas se llamaban Juan Badiano y Martín de la Cruz y sus cabecitas hoy se encuentran en la rotonda de los Xochimilcas notables, aunque aún hoy no me aclaro el porque del tamaño de los bustitos, tal pareciera que su manufactura fue encargada a un escultor Jíbaro reductor de cabezas o algo así, lamentablemente para ellos fueron víctimas de la discriminación natural con la que siempre hemos sido vistos (aún a la fecha) todos los que vivimos o procedemos de tierras Xochimilcas.


Mi afición al rock se incrementaba día con día y no era para menos, por aquellos años escuché lo que sería mi primer álbum grabado en vivo, no omito agradecer a mi hermano mayor el haberme servido de guía y conducirme cual mancebo a perder la doncellez de mis ya no tan castos oídos, se trataba del álbum “Grand Funk Live” y fue una experiencia alucinante escuchar no sólo a una de las mejores bandas que ha existido sino poder escuchar el diálogo que Mark Farner sostenía con su público, los gritos de júbilo de los espectadores, la estridencia de su música, en fin, que casi se podía “oler” el concierto y no era para menos, el olor a mota no se le quitaba a mi hermano de la ropa ni lavándola con todo y él dentro, esto para mí fue todo un viajesote que marcaría mis tendencias rockeras para siempre.


Rolas inmortales como ”Mean Mistreater”, “Inside Looking Out” de la cual debo confesar que me sirvió de guía en mis incipientes pasos por el mundo de la armónica; escuchar el juego perverso que entablaban la guitarra de Mark Farner contra el bajo poderoso de Mel Schacher y la batería sonando como una potente locomotora en manos de Don Brewer, en verdad, en verdad os digo: A-l-u-c-i-n-a-n-t-e!


A partir de entonces ya nada sería lo mismo, ¿escuchar grupos en estudio? –No gracias, ¿no tendrá algún disco “en vivo” de tal o cual grupo? Pedía con aire de profundo conocedor al que no siempre se le podían cumplir sus caprichitos, tenía que conformarme con el disco “en estudio” ya que pocos grupos eran los que se animaban a grabar en vivo dadas las dificultades técnicas de la época, amén de que, de muchos grupos que me gustaban, justamente ése que queríamos, era el primer disco que grababan, ¿¿Cómo demonios íbamos a saberlo?? No cabe duda de que la ignorancia no respeta edades, afortunadamente esa enfermedad (hablo de la ignorancia) también la padecía el dependiente de aquella solitaria tiendita de discos que se ubicaba a un costado del cine Xochimilco al cual acudíamos cada vez que lográbamos juntar lo suficiente para pagar nuestra entrada a la “permanencia voluntaria” y siempre cuidándonos de no pisar alguna rata-guardiana del lugar ¿Cómo olvidar las funciones corridas que ofrecían al ritmo de hasta tres películas por el mismo precio? ¿Cómo no recordar películas como “Nacidos Para Perder”, “Hell Angels” y hasta la aburridísima “Easy Rider”? cintas que dejarían una huella profunda en mi tierno cerebrito y que muchos años después tendrían consecuencias que me marcarían la vida de una manera en extremo gratificante (eso será parte de otra historia, por hoy se las debo).


Corría el año de 1972 y de repente nuestro entorno comenzó a cambiar a la par que nosotros tiernos pubertos en ciernes, de la noche a la mañana nuestro Palacio de Gobierno ya no estaba y en su lugar comenzaron a construir los cimientos apenas de lo que muchos años después sería el Foro Cultural Quetzalcóatl, una obra que quedó inconclusa durante varios años debido a que el subterráneo de la misma se inundaba, convirtiendo aquel fantasma en un suplicio para los ingenieros y el presupuesto delegacional.


El tranvía siempre fue la manera de hacerle trampa al presupuesto familiar ya que por lo que cobraba podíamos viajar mi hermano y yo , y ahorrarnos parte del pasaje que nos daban para ir al centro o a Churubusco e inclusive nos alcanzaba para darnos algún lujito de vez en cuando como el de bajarnos del tranvía para comprar algún pan dulce de la Pastelería La Luna que se ubicaba muy cerca de la glorieta de Huipulco, con su Emiliano Zapata al centro y su eterna Cafetería “El Naranjito” a un costado de la misma.


El tranvía como referente obligado, también fue nuestra cápsula del tiempo, nuestra Apolo XIII región 4, que nos sirvió para, desde sus ventanas con forma de guillotina, poder ser testigos sorprendidos del desarrollo de nuestra ciudad, una ciudad que se nos fue abriendo al mismo ritmo que se nos encogían los pantalones.


La ciudad, nuestra ciudad, comenzó a transformarse, poco a poco se fueron poblando las verdes extensiones de lo que fue el rancho de Coapa o el rancho Olmedo que cada vez se fue haciendo más y más pequeño hasta que la voraz mancha urbana se lo comió con todo y sus cientos de vacas limpias y blanquísimas que al cruzar por la avenida, mostrando orgullosas sus aretes de plástico color naranja, podían detener el tránsito por varios minutos cual si se tratara de una locomotora de carne y leche.


Ya mi correctora de estilo (gracias Ermi) me llamó la atención por mezclar tantos personajes y lugares en un solo texto y le prometí hacerle un poco de caso (sólo un poco) así que no extenderé mis recuerdos tanto ,sólo les puedo comentar, como colofón que en la escena del rock nacional comenzaba a escucharse por el barrio de Santa Crucita, en el baile que tradicionalmente se celebra el 3 de Mayo, a una banda que se convirtió en icono del rock hecho en México y no puedo estar hablando más que del Three Souls in my Mind con sus rolas aguardentosas y llenas de críticas al sistema, rolitas como “Oye Cantinero” “Yo Canto el Blues” o “La Chava de Avándaro” hicieron las delicias de la banda Santa Crucera en aquellas tocadas callejeras gratuitas que inevitablemente y para no perder la religiosidad del día, terminaban a madrazos contra los osados de otro barrio que se hubieren atrevido a acudir a tan selecta festividad.






Bibliografía y Links.


http://www.youtube.com/watch?v=0x6chChxzV0&feature=BFa&list=PLEEE6A473BCF6E70E&index=32


http://www.youtube.com/watch?v=2bKkOEZR53E


http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=708874&page=9 http://www.panoramio.com/photo/14153236



Glosario


Mariguanos.- Adictos a fumar marihuana,


“Quemarle las patas al chamuco”.- Coloquialmente fumarse un “porro” o cigarrillo de marihuana.


Mota.- Coloquial Marihuana, Cannabis Índica


Razzias.- Redadas


“Julias”.- Coloquialmente se le llamaba a las camionetas policiales encargadas de las redadas, de origen incierto el término al parecer proviene de la primer camioneta que se utilizó en el D.F. a principio del siglo XX para las redadas y cuya propietaria al parecer se llamaba Julia y era vecina del rumbo de Tacuba.

Chirona.- Coloquial Cárcel, Prisión.

Xochimilco.- Delegación Política en el D.F., México y cuyo significado es “En la Sementera de Flores”

Tugurios.- Lugar de mala muerte, de corte casi clandestino para libar o consumir bebidas embriagantes.

Loncherías.- Comúnmente así se les llamaba a los merenderos o lugares para “lonchear” y consumir bebidas embriagantes.


Pulquerías.- Expendio de Pulque, lugar donde se vende y consume esta bebida fermentada del aguamiel que se extrae del maguey.

Chamaco.- Coloquial. Niño, Patojo, Chavo, Chamo.

Groovie.- Pesado, se utilizaba para referirse a tendencias no convencionales.

“Gruesos”.- Llamábase así a los jóvenes de tendencia Hippie.
Patchulli.- Perfume elaborado con base en la planta del mismo nombre, de origen Indú.

Avándaro.- Municipio del mismo nombre en el Estado de México, su nombre saltó a la fama a raíz del “Festival de Rock y Ruedas” de 1971.

“Chayote”.- Coloquialmente se le llamaba al soborno tendiente a controlar la opinión de ciertos medios informativos.

“Hoyos Fonkys”.- Lugares semi-clandestinos en donde se refugiaron los grupos de rock como consecuencia de la prohibición oficialista de celebrar conciertos o reuniones juveniles en la década de los 70´s.






jueves, 4 de agosto de 2011

Mentes en Construcción Agosto

publicado en http://www.culturablues.com.mx/
                    http://culturablueslarevista.blogspot.com/


Sexo Sucio (Nasty Sex)


¿Cómo puede un chamaco de casi 9 años de edad, no ser influenciado por sus hermanos mayores?

Esta pregunta creo que debieron hacérsela mis padres a tiempo y en aras de evitar las malas influencias, quedarse solamente con la hija mayor, pero no, en aquellos lejanos días setenteros ni siquiera se pensaba en el slogan cantadito en la radio que rezaba: ¡La Familia pequeñaaaa…vive mejoooor!, aún era común en nuestra sociedad tener “los hijos que Dios nos mande” y hete aquí que en nuestra familia resultamos ser seis hermanos en donde yo ocupaba el lugar número 4, así que ¿Cómo no ser influenciado por los hermanos mayores? …Imposible, diría yo!

Así que la influencia musical siguió llegando a la casa paterna sólo que esta vez de la mano de otro de mis hermanos, que un buen día de 1971 trajo consigo un disquito de vinyl de 45 rpm con sólo dos (o eran 3?) temas de un grupo de Guadalajara que se hacía llamar “La Revolución de Emiliano Zapata”, (hoy en día me pregunto: ¿Qué demonios tuvo que ver Emiliano Zapata en Guadalajara?, confieso que lo ignoro) pero así era como se llamaba la banda de rock netamente Mexicano y cuyo mayor éxito fue la rolita titulada “Nasty Sex”, de los mas groooovie que podía sonar en la radio y que en aquella ocasión podíamos tocar en la vieja consola de casa, ¿Qué más podíamos pedir?

Hay que aclarar que la lisergia reinaba en muchos ámbitos de nuestra sociedad, desde la decoración con colores psicodélicos hasta la indumentaria de los jóvenes, se pusieron de moda los pantalones “unisex” aunque tampoco era raro ver a los más “gruesos” utilizando pantalones de mezclilla que previamente habían sido sumergidos en Coca-Cola y que después de ello nunca se volverían a lavar ni por error, los chalecos estilo sioux , los collares con colgantes de “paz y amor”, las camisas de manta, las bandas de colores en el pelo de las chicas, huaraches y morrales y el infaltable olor del hippie mexicano (jippiteca, le llamaban), el olor a patchuli e incienso, ni que decir que los de más recursos usaban chamarras del u.s. army gastadas y en ocasiones decoradas con el símbolo de la paz y el amor.

Al menos así se vestían algunos de los amigos de mis hermanos, aunque la mayor parte de los jóvenes que sí estudiaban -no como los amigos de mis hermanos- seguían conservando la tradición forzada de vestirse como “gente decente” sobre todo los universitarios y normalistas que siguiendo la costumbre de ser joven y rebelde, al protestar y marchar un mal día de Junio (Jueves de Corpus por cierto), jamás se imaginaron que serían masacrados nuevamente por su propio gobierno a través de un grupo “paramilitar” o de “choque” denominado “Halcones”, -jóvenes como ellos, sólo que con el cabello recortado estilo militar- los mismos que fueron entrenados por expertos en combate cuerpo a cuerpo a mano limpia y/o con armas tan sofisticadas para la época como el fusil M-1, armas que no podían haber llegado solas a las manos de quien fuera sin que lo supiera el gobierno o las autoridades policiacas del país.



¿Cómo olvidar al escapista y mentalista Zovek? Ése que era capaz de conducir un automóvil por la ciudad con los ojos vendados (claro que para entonces no había metrobús, ni segundos pisos) o escapar de sus ataduras colgado de un helicóptero y cuyas hazañas eran transmitidas por la incipiente televisión nacional agrupada entonces en el grupo Televicentro (hoy Televisa), y digo esto porque hay indicios de que el mismísimo Zovek , ése que era admirado por mis compañeros de la escuela y claro que también por mí, entrenó a Los Halcones en una técnica Mexicana llamada “combateka” y que ocho meses después de la matazón de Junio falleció en un misterioso accidente, al menos eso es lo que dijeron los periódicos de la época.



Después del mentado “Halconazo” fueron muchos días en los que lloramos juntos mi madre, mi padre, mis hermanos y yo por no saber nada de mi hermano mayor; Yo para no extrañarlo, ponía los discos que mis hermanos recién habían traído a casa y me imaginaba verlo entrar sonriente por la puerta y decirme haciéndose el enojado: ¡Pero…súbele carnal!



Dicho lo anterior invariablemente le subía a la consola provocando la ira de la jefa que sin consulta ciudadana, referéndum o votación previa siempre reaccionaba de la misma manera: apagándonos el aparatejo aquél.



Temas de moda como In-a-gada-da –vida de Iron Butterfly o el LP más novedoso de la recién fallecida Janis Joplin, titulado “Pearl” con temas como “Move Over” o “Half Moon” que sobra decirlo sólo hacía sonar cuando mi madre se iba de compras al mercado, aunque en no pocas ocasiones, regresó antes de que finalizara siquiera el lado A del disco (sí chavos antes los discos debían voltearse para escuchar todo el material), frustrando mi incipiente formación musical y por lo tanto el ritual chamánico con el que (según yo) haría volver a mi brother.



Para estas fechas ya nuestro tranvía había desaparecido, al menos en lo que respecta al tramo de Taxqueña al Zócalo y en su lugar se había construido el novedoso sistema de transporte colectivo “Metro” sobre el mismo derecho de vía, las personas que lo comenzaron a utilizar comentaban: “Puedes viajar con una taza de café en la mano sin que se te caiga” hoy en día y con tantos hundimientos diferenciales en el suelo que sustenta a esta obra me queda claro que es verdad, aún puedes viajar con una taza de café en la mano siempre y cuando éste venga en grano y no muy llena la taza, además de que en esos tiempos su uso no era muy popular como lo es hoy, que ya se ha convertido en parte del paisaje urbano y producto de primera necesidad para millones de usuarios diariamente.



Para nosotros afortunadamente aún existía la opción del camioncito que nos llevaba a Churubusco cada tercer día, lugar en el que se ubicaba el laboratorio del “Japonés”, sitio en el cual mandábamos a revelar el material fotográfico de mi padre, que se convertía después en el sustento de la familia, para lo cual debíamos bajarnos (mi hermano Miguel y yo) en la siguiente parada después de pasar por el túnel (deprimido le llaman hoy) de Taxqueña, justo enfrente de una casa de materiales para construcción.



En esa especie de glorieta se ubicaba una estatua ecuestre monumental de Don José María Morelos y Pavón que simulaba cabalgar hacia el sur, justo a un costado de la gasolinera que aún persiste en el mismo lugar, la estatua ecuestre después fue trasladada a la Alameda del Sur y su antigua base es ocupada hoy en día por chavos de la calle e indigentes que sin otra opción, utilizan el pradito como tendedero o casa habitación. En la nueva ubicación de Don José María sobra decir que ya no mira hacia el sur, sino que más bien parece dirigir su mirada rumbo al ajusco o a la Unidad Independencia.



La Revolución (no la de Emiliano Zapata) sino la mental, venía encarrerada y no se detendría sino hasta pasado el Festival “Rock y Ruedas” en Avándaro, Estado de México, festival que rebasó por mucho la expectativa del gobierno y que espantó a las buenas conciencias de la época, desatando a los demonios de la censura, los diarios de la época mayoritariamente destacaban los “excesos” de los jóvenes y poca o nula atención dieron al fenómeno social que estaban atestiguando, no lo entendieron o no lo quisieron ver, cegados por el poder del “Chayote” gubernamental, ésa era otra manera de hacer la “guerra sucia” no a la guerrilla armada que estaba en pleno florecimiento, sino a la juventud de ésa época.



Ni que decir de la oleada de clausuras y cancelación de permisos para los de por sí pocos conciertos de rock que se habían programado, acciones que inevitablemente empujaron al rock nacional y a sus jóvenes seguidores a los “hoyos fonkys” o terrenos baldíos.



Por cierto que, como resultado de mis rituales chamánicos (al menos eso quise creer en aquel momento) mi hermano mayor reapareció casi mes y medio después, estuvo escondido en alguna casa amiga convaleciendo de una herida de bala que le atravesó la pantorrilla y a buen recaudo de los servicios de “inteligencia” del gobierno que, como jauría hambrienta, no dejaban de rastrear a todo aquél que hubiera estado cerca de la Normal Superior aquel nefasto 10 de Junio de 1971, nada que ver con lo declarado por Luis Echeverría en su primer informe de gobierno y que textual decía: “…Nadie es perseguido por el disfrute de sus derechos políticos y el disfrute de sus libertades. No pretendemos uniformar el pensamiento, sino, por el contrario, aspiramos a que la crítica reflexiva y de buena fe, contribuya al progreso social.” ¿Buena fé?, me pregunto mientras subo el volumen de mi mp3 en el momento mismo en que comienza a sonar “Nasty Sex”.





Bibliografía y links:



http://maph49.galeon.com/avandaro/revolucioezapata.html

http://www.diputados.gob.mx/cedia/sia/re/RE-ISS-09-06-14.pdf

http://www.youtube.com/watch?v=ER2yhZ_346chttp://www.youtube.com/watch?v=ER2yhZ_346c

http://www.youtube.com/watch?v=UIVe-rZBcm4

http://www.youtube.com/watch?v=dFCpaDEM3Mc


Nota: Para los amigos lectores que nos siguen desde diferentes partes del mundo les comunicamos que en la próxima entrega de “Mentes en Construcción” se integrará un breve glosario de los términos utilizados en el Texto.

martes, 5 de julio de 2011

MENTES EN CONSTRUCCIÓN

Publicado en http://www.culturablues.com.mx/, revista electrónica, no.2, Julio de 2011


RATAS CALIENTES (Música para la cabeza)




Hoy descubro después de muchos años, entre la infinita red de redes la portada del disco de rock que a mis escasos 8 años tuve en mis manos por primera vez y que no se parecía en nada a las portadas de aquellos LP´s que mi madre acostumbraba comprar por teléfono y que alguien con muy buena visión del floreciente negocio le llevaba “a las puertas de su hogar”, álbumes de tres discos de acetato que contenían la obra musical de artistas de la época, Antonio Aguilar, Los Trovadores del Mayab, Guty Cárdenas, Los Panchos, El Mariachi Vargas, Los Hermanos Martínez Gil y un sinnúmero de discos que hasta 1970 fueron mi única referencia musical, cabe aclarar que se nos tenía prohibido poner los discos sin la presencia de un adulto ya que aquella enorme consola usaba agujas de “diamante” y se podían dañar si no las colocabas de forma correcta con el consabido daño a los tesoros musicales de la jefa.



Digo que hasta 1970 porque justo ése año se celebraba en el país el mundial de futbol cuyo emblema tristemente era un charrito panzón y futbolero mal llamado “Juanito 70”, recuerdo a mi hermano mayor llegar a casa con un disco cuya portada me impresionó, se trataba de una mujer con enorme cabellera saliendo o asomándose desde una tumba, el disco en cuestión se llamaba “Hot Rats” y el intérprete era un tal Frank Zappa, está por demás decir que una vez que lo escuché quedé sorprendido de que música como ésa no solo se pudiera tocar, vaya pues, yo ni me imaginaba que pudiera existir! .



El flechazo musical fue certero, me pegó justo en el lóbulo temporal izquierdo y atravesó hasta el derecho provocando la ira de mis padres, que no dejaban de culpar a mi pobre hermano por haberme inducido a escuchar esa música para “mariguanos”, reclamos que no le hacían la menor mella en su honra ni prestigio dada su real afición a “quemarle las patas al chamuco” , mis padres se imaginaban que la mota me podría entrar por los oídos mientras yo me imaginaba juntando mis ahorritos para que en cuanto hubiera lo suficiente… comprar más discos como ése!



Cada tarde, al regresar de la escuela me embelesaba escuchando “The Gumbo Variations” o” Willie the Pimp” y no era sino hasta que terminaba de escucharlas que me sentaba a la mesa a hacer la tarea, afuera en la calle seguían las razzias, las “Julias” famosas no dejaban de llenar la pequeña cárcel de Xochimilco de jóvenes de pelo largo a los que sin excepción los mismos policías rasuraban a tijeretazos.



¿El delito? fácil, se llamaba “Vagancia y Malvivencia” y en ésta acepción cabían todos los que no usaran el pelo corto (se estilaba el casquete corto o a la Brush) y la sanción para éstos desafortunados “greñudos” era pasar quince días en “chirona” revueltos entre verdaderos ases del atraco y el pandillerismo, en ese entonces poca gente reparaba en que, si no estudiaban o trabajaban no era por falta de ganas sino por la enorme falta de oportunidades de incorporarlos a la vida productiva del país, aunado al enorme cambio en el modelo mental que se vivía en ésa época, las ganas de los jóvenes de no repetir esquemas gastados, la necesidad de un cambio real que les permitiera hacer valer su voz, ser escuchados y por ende incorporados a un nuevo modelo social y laboral.



Era 1970 y ya habían desaparecido del Jardín Juárez las hermosas flores de amapola que adornaban nuestro parque (aunque ustedes no lo crean, en algún tiempo la amapola fue considerada la “Flor Nacional” hasta que algún curiosito sin quehacer descubrió otros usos menos decorativos de la plantita y alguna autoridad dio la orden de arrancarlas) y todavía se podía viajar en tranvía desde el mercado de Xochimilco hasta el mismo Zócalo de la ciudad por 10 centavos, era 1970 y en mi barrio existían no menos de diez tugurios de mala muerte que se hacían llamar “loncherías” con su inagotable clientela de borrachines y sus carnosas meseras de faldita negra, ni que decir que el alcoholismo permeaba nuestro entorno, abundaban las pulquerías y al menos tres o cuatro cervecerías y cantinas, todo ello en un radio de seis cuadras a la redonda, causando más daño a la sociedad que las ideas y el cabello largo de los jóvenes.



Era 1970 y mi afición por el Rock apenas comenzaba….



Bibliografía y Links



http://darkslayer646.blogspot.com/2009/11/artista-frank-zappa-disco-hot-rats-ano.html



http://www.youtube.com/watch?v=EaCCKrpCQDM



http://www.youtube.com/watch?v=pRGpZFsYsxs&feature=related



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jueves, 23 de junio de 2011

SENTIR EL CÉSPED

Sitio de amor, lugar en que he vivido

de lejos, tú, ignorada,
amada que he callado, mirada que no he visto,
mentira que me dije y no he creído:
en esta hora en que los dos, sin ambos,
a llanto y odio y muerte nos quisimos,
estoy, no sé si estoy, ¡si yo estuviera!,
queriéndote, llorándome, perdido.


(Esta es la última vez que yo te quiero.
En serio te lo digo.)

                             Jaime Sabines


A Daniel le duele la espalda, pero éste no es el dolor al que los taxistas como él suelen acostumbrarse con el tiempo. No, el dolor de Daniel es de otra índole y en parte, tiene que ver con aquél accidente de hace diez años, cuando el conductor del trolebús, distraído con el tocacintas, estúpidamente decidió ignorar la luz roja en la que debería haber frenado esa inmensa mole de hierro y que embistió de costado al vochito del año que manejaba Daniel para llevar a Marisela a su nuevo trabajo allá por los rumbos de Coyoacán.

El impacto fue, por decir lo menos, brutal. Tanto así que el vochito que circulaba en el carril de baja con dirección al Norte, quedó montado sobre el camellón que divide División del Norte en su cruce con Miguel Ángel de Quevedo; más de una hora tardaron los servicios de emergencia en rescatar el cuerpo adolorido de Marisela, más de una hora en la que él, trató en vano de mantener su rodilla izquierda en su lugar, más de una hora en la que vio conmovido la espalda fragmentada de Marisela.

Apenas tenía un mes que les habían entregado el Volkswagen, blanco y austero pero del año, que con tanto esfuerzo lograron comprar juntando un poco del dinero que entre él y ella recibieron como liquidación del banco que los echó a la calle, después de haber prestado sus servicios por más de quince años continuos.

Daniel y Marisela se conocieron en una fiesta de fin de año, ésas que acostumbran celebrar las empresas para agasajar a sus empleados; él pertenecía al área de contabilidad y ella se acababa de incorporar al área de sistemas del Banco de Comercio que se ubicaba en pleno centro de la Ciudad, a media cuadra exacta de la XEW de Ayuntamiento y a cuatro cuadras de la Alameda Central. A Marisela le entusiasmaba caminar frente a la estación de radio, se imaginaba que en una de esas podría encontrarse con artistas de renombre; a veces también se imaginaba que era una cantante famosa deseando pasar desapercibida para el común de los mortales y que para hacerlo, se escondía en el edificio de cuatro plantas del banco aquel, ése era el verdadero motivo por el cual siempre entraba en las mañanas sonriente a su trabajo.

A Marisela le gustaba caminar, disfrutar los olores y colores de la calle de Ayuntamiento, no le importaba que para ello se tuviera que bajar en la estación Juárez del metro, le gustaba el trajín de los negocios que a esa hora comenzaban a levantar sus cortinas metálicas, grandes almacenes de azulejo y artículos para baño, y algunos otros dedicados a las cuestiones eléctricas; le gustaba ver los aparadores llenos de lámparas para techo o de buró y espejos para baño con iluminación de lo más moderna, nada que ver con los focos amarillentos que alumbraban tristemente el cuarto que ocupaba con su madre en la calle de Naranjo, allá por Santa María la Ribera; le ilusionaba pensar que algún día ella misma escogería el azulejo y los pisos para su propia casa, a su madre le dejaría escoger las lámparas del techo, pero eso sí, deberían tener incorporado un abanico en forma de hélices de madera, porque su casa debería ser fresca y muy iluminada, tendría grandes ventanas que permitirían el paso de la luz del sol y, si fuera posible, también un pequeño jardincito al frente para poder cultivar rosales de muchos colores o ¿serían gardenias? En fin, eso era lo de menos, pero de que tendría césped, ¡vaya que lo tendría!

A Marisela siempre le gustó sentir el césped con sus pies desnudos, le agradaba mucho esa sensación de cosquilleo que transmite el pasto a quienes se atreven a quitarse los zapatos.

Le gustaba la hora de la comida; acudía a un lugar que ofrecía comidas corridas a muy buen precio, las raciones eran bastante generosas y sobre todo tenía la fondita aquel olor de las cocinas de su barrio, un olor a frijoles de la olla mezclado con el de la ciudad que invariablemente a esa hora, atiborraba sus calles de camiones y cientos de autos que sin piedad, arrojaban sus negros vapores al aire.

Al volver, le llamaba mucho la atención atisbar al interior de las cantinas que a veces dejaban ver como en un sutil coqueteo a su selecta clientela: músicos desafinados procurando endulzar el aturdido oído de los parroquianos, niños vendedores de chicles, boleritos con su cajón de madera lustrando zapatos que muchas de las veces sucumbirán bajo los jugos gástricos vomitados por sus dueños. Si podía, hacía coincidir su andar con el abrir de alguna de las puertas de la cantina, miraba de reojo su reflejo en el inmenso espejo que se ubicaba justo detrás de la barra y que parecía tener la misma o más edad que la vieja cantina y sus dueños, le gustaba su imagen, le gustaba sentirse halagada por su figura, le gustaba lo que el espejo le devolvía: una Marisela en la flor de la edad, deseosa de comerse el mundo a tarascadas.

Era el primer festejo al que acudía por parte del banco y nunca se imaginó estar en un lugar como aquél, un hotel de lujo en plena avenida Reforma. Ella que los veía sólo de vez en vez a través del cristal del Ruta 100, cuando acudía a Chapultepec en compañía casi siempre de su madre y algún familiar que, venido de lejos, les pedía servir de guía en la Ciudad que tanto amaba y de la cual se sentía tan orgullosa de revelar a sus fuereños familiares, devueltos siempre a su terruño con el ojo cuadrado y espantados de tanta modernidad.

Marisela nunca imaginó que en el banco pudiera laborar tanta gente como la que estaba reunida esa noche en ese lujoso salón, atiborrado de meseros y de los acordes de una orquesta que tocaba los ritmos de moda y que, en honor a la verdad, la deslumbró.

Junto a sus compañeras de área se divertía tratando de contar cuanta gente se encontraba en ese momento en la fiesta; fue en una de esas tantas idas al baño que las mujeres acostumbran realizar casi siempre en pareja cuando, sin querer, tropezó con Daniel volcándole el vaso que éste traía en la mano, sobre el traje color verde y cuyo olor a nuevo aún no se esfumaba del todo.

Daniel no aceptó un “disculpe” como excusa sino que, en venganza, casi obligó a Marisela a bailar con él, ése era el precio que ella tendría que pagar si quería ser disculpada.

Marisela se sintió atrapada por aquél hombre, por primera vez en su vida supo lo que era bailar toda la noche y reír con las ocurrencias que apagadas por el ruido de la orquesta casi le tenía que gritar al oído el hasta hoy, desconocido Daniel.

Daniel formaba parte del equipo de atletismo del banco y como trabajador sindicalizado, tenía ciertos privilegios que le permitían entrar un poco más tarde a laborar después de cumplir con su rutina de entrenamiento previo, casi siempre, a competencias de diversa importancia dentro de la Federación de Sindicatos Bancarios.

Ese año en particular revestía especial importancia para Daniel, ya que si lograba obtener una medalla de oro en los juegos de Octubre podría ser catapultado a participar en los Juegos del Caribe que se celebrarían en Cuba, lugar que siempre soñó conocer, pasear por su Malecón, conocer sus costumbres, disfrutar un mojito en plena Habana, saludar al Embajador, ser condecorado, ¿por qué no? Por el mismísimo Fidel, regresar a México como un campeón, un vencedor por todo lo alto.

Para eso se preparaba, para eso y para poder alejarse el mayor tiempo posible de Elena, la esposa con la cual compartía un pequeño departamento muy cerca del metro San Antonio Abad, así como las tardes y noches de infierno en que se había convertido su vida.

Elena laboraba en el Hospital Juárez, justamente en la recién remodelada sección de cuneros y en la medida de lo posible, procuraba cubrir guardias o doblar turnos con tal de no regresar a su casa y encontrar los reproches y el mal genio de Daniel, el hombre con el cual decidió crear un hogar y compartirlo todo “hasta que la muerte los separara”; lamentablemente para Elena, Daniel comenzó a exigir cada vez más y más con el pretexto de que él era un campeón y ella no pasaba de ser una “simple enfermerita”, reproches y amenazas de muerte ante los cuales ella se rebelaba, espetándole su conducta machista y retrógrada cada vez que podía y antes de que Daniel, casi siempre alcoholizado, se quedara dormido en el sillón de la sala.

Daniel, contrariando la costumbre de los verdaderos atletas, había hecho suya la afición de acudir dos o tres veces por semana a la cantina que estaba cerca de su trabajo con el pretexto de que ahí servían mejor botana que bebida, llegando incluso a no estar en condiciones de regresar a laborar, ausencias que invariablemente el Sindicato disfrazaba como “comisiones especiales” y que sin chistar, el área de Recursos Humanos justificaba ante el gerente en turno.

El alcohol comenzaba a hacer estragos en los tiempos de pista de Daniel, tiempos que en vano trataba de recuperar sobreentrenándose y sometiendo su cuerpo a esfuerzos para los cuales no estaba preparado ni física ni mentalmente, y era esa frustración la que invariablemente lo empujaba a buscar consuelo en la cantina y en sus fieles compañeros de “comisión”. Esa tarde, como tantas otras, se le pasaron las “cucharadas”, un amigo que no estaba en tan mal estado se acomidió a manejar el viejo Valiant azul del “Campeón” hasta calzada de Tlalpan en la Colonia Obrera, para depositar en propia puerta el auto y a su etílico propietario.

Daniel, ya seguro en su casa, encendió el modular a todo volumen y sin poder contener la tentación, sacó de un librero falso una botella de Azteca de Oro que escondió de su último cumpleaños, y que Elena no pudo encontrar para tirar su contenido al drenaje como lo había hecho en no pocas ocasiones; bebió uno, dos, tal vez tres vasos de brandy sin refresco ni hielos, “derecho como los hombres” se decía a sí mismo, por eso y para no acostarse en la misma cama que Elena, una vez más, se quedó dormido en el sillón; tal vez por el alcohol que aún corría por sus venas fue que no sintió el terremoto que esa mañana del 19 de septiembre despertó a sus vecinos y que a muchos otros los hizo regresar, cuando apenas se aprestaban a abordar el autobús rumbo a sus trabajos o a sus escuelas, sólo para encontrarse con que sus viviendas se habían convertido en un triste montón de escombros y quejidos.

Tal vez por eso fue que cuando llegó a su trabajo, no pudo parar de reír de la felicidad que según él, le causaba saber que Elena, su compañera de hacía varios años, había quedado atrapada bajo los escombros del Hospital Juárez; fue tal vez el alcohol que aún transpiraba lo que le hizo volverse casi loco de contento al gritar a todos los que a esa hora se encontraban en el banco, que su “infierno” al fin había terminado.

Fue su propio jefe el que lo obligó a retirarse del lugar e incluso comisionó a un chofer del mismo banco para que lo llevara a su casa, firmándole un adelanto de vacaciones para que pudiera enterrar a Elena en cuanto su cuerpo fuera rescatado de entre los escombros.

Lo que Daniel no sabía es que esa mañana, Elena debería comenzar un nuevo turno, le había tocado cubrir la ausencia de una de sus compañeras y se alistaba para cubrir el suyo propio, se sentía algo incómoda por la desvelada, por eso pidió a la jefa de enfermeras permiso para salir a bañarse en unos baños públicos cercanos, y de regreso desayunar una torta de tamal con un buen vaso de arroz con leche. En la entrada del Hospital se encontró con Carmen, una jovencita oriunda de Tláhuac que realizaba sus prácticas profesionales y que, al no traer el suéter del uniforme, venía casi azul y tiritando de frío; ese año a Elena le había parecido en particular un poco más frío que el anterior, por eso le prestó su suéter a Carmen, prometiéndole ésta que cuando regresara se lo devolvería, pasando desapercibido para ambas un pequeño detalle: a Elena se le olvidó quitarle al suéter la plaquita metálica con su nombre.

Dos días tardaron en recuperar el cuerpo aplastado de la supuesta Elena. Dos días en que ansioso, Daniel esperó con todos los trámites hechos en la funeraria para ser viudo oficialmente y poder comprometerse de manera formal con Marisela, quien dicho sea de paso, ignoraba su condición de casado y casi viudo.

Con dos días de ventaja, Elena pudo, con ayuda de su familia, cruzar el país y la frontera norte, dos días que le ayudaron a escapar del infierno en que se había convertido su vida y también su ciudad, estaba consciente de que extrañaría muchas cosas que dejaba atrás: a sus familiares y amigos, su trabajo en el Hospital Juárez, a su perro “Manchas” y a su Daniel, no al de los últimos días, sino al Daniel que la enamoró, al mismo que conoció entrenando en las instalaciones del Deportivo Coyoacán, al de los triunfos y las medallas, al que le prometió llevarla algún día a Cuba a recorrer La Habana y saludar a Fidel, y que finalmente esa mañana de septiembre, para ella, había muerto como su suéter azul al que nunca, nunca más volvería a ver.

A Daniel le duele la espalda, se ha tenido que acostumbrar a manejar su taxi con una rodillera mecánica que le sujeta parte del muslo y que a mediodía, sobre todo en primavera y parte del verano le quema la piel; le duele la espalda y el corazón, aún no se acostumbra a pasar por la zona donde estuvo el Hospital Juárez, como tampoco se acostumbra a pasar por Ayuntamiento. En la medida de lo posible procura evitar las dejadas que lo acerquen a la colonia Obrera. Pero ¿qué hacer?, si sus necesidades económicas son tremendas, los medicamentos para el dolor son cada día más caros y a Marisela le urge una silla de ruedas nueva, en julio próximo él tiene programada una nueva intervención quirúrgica que, con suerte, le ayudará a recuperar un poco la movilidad de su pierna izquierda, y para colmo hay que renovar el tarjetón y la revista del taxi.

A Marisela no le importa o al menos finge no importarle mucho, el hecho de no haber podido cumplir a su madre la promesa de tenerle un jardín pequeño en donde sembrar sus rosales, tampoco le importa no sentir el césped bajo sus pies descalzos, ni salir a caminar por Ayuntamiento como solía hacer al volver de comer o de trabajar; no le importa mucho, o al menos finge no importarle, con tal de estar al lado del hombre al que ama, de “su” Daniel, al cual aún cree ver en esa fiesta, de pie con su traje verde oliendo a nuevo y con el saco manchado de brandy, aún recuerda verse bailar con él hasta la madrugada y su etílica simpatía, sus bromas, su alegría inmensa cuando a unos días del terremoto, le pidió casarse con él.

Daniel no se acostumbra aún a pasar horas y horas formado esperando turno en el hospital de ortopedia, no se acostumbra a tener que recorrer media ciudad con Marisela y su vieja silla de ruedas a cuestas y todo para que le surtan la misma receta con los mismos medicamentos que no le sirven para nada, no se acostumbra a tener que pasar tantas horas en los tribunales repitiendo una y otra vez la misma versión que declaró en cuanto estuvo consciente y que una y otra vez le han hecho repetir los Ministerios Públicos, los jueces, los agentes de tránsito que atendieron el accidente con el trolebús y aquellos abogadillos que con tal de no hacerle efectivo el seguro y alegando mil tonterías, decidieron llevar el accidente a juicio, un juicio absurdo que no tiene para cuando resolverse. Él, que tantas medallas acumuló en su juventud, él que tantos récords batió en los anales de la Comisión de Atletas de la Federación de Sindicatos Bancarios, hoy arrastra su pierna y sus esperanzas de conocer Cuba totalmente rotas.

A Daniel le duele la espalda, pero éste no es el dolor al que los taxistas como él suelen acostumbrarse con el tiempo; no, el dolor de Daniel es de otra índole y en parte, tiene mucho que ver con su paso obligado por ciertos rumbos de la ciudad.

Marzo, 2011