Tzompantli
Como de costumbre he llegado a casa pasadas las ocho de la
noche, esta vez la lluvia no me perdonó un segundo del trayecto que recorro
desde el trabajo hasta el lugar en donde vivo.
He llegado empapado hasta la médula a pesar de haberme
colocado el impermeable y las botas crubre-calzado que todo motociclista bien
nacido carga siempre.
Al fondo del pasillo que conduce a mi apartamento logro
adivinar un nutrido grupo de personas, son mis vecinos que en esta ocasión han
llamado a la policía y le señalan espantados mi patio y mi perta de entrada.
¿Usted vive aquí? Me pregunta un oficial bajito y con cara
de teporocho.
Si, le respondo con mi mejor tono gandallesco ¿Por qué? Le
reviro y el oficial chiquito comienza a balbucear algo que difícilmente pude
entender.
¿Sabe oficial? Tengo pérdida auditiva selectiva, así que le
agradeceré hable con los cojones bien puestos para que le entienda!
Mis vecinos hacen un bisbiseo molesto, parecen moscas sobre
la carne descompuesta o sobre el tiradero de basura delegacional.
El policía -para mí no es oficial alguien con voz de niña
enamorada- calma el barullo de mis vecinos y comienza a explicar su presencia
en mi patio.
-Sus vecinos se quejan de usted-
Ah si? Y ¿Por qué? Alzo de nuevo la voz mientras busco a
alguno de ellos que me sostenga la mirada o que se atreva a darme la queja a mí
directamente y no a través de un monito vestido de azul.
Es que dicen que lo que usted hace es una cochinada, que no
puede usted hacer lo que hace, que los niños se enfermarán, que ya han muerto
sus mascotas y hasta uno que otro gato curioso, es más dicen que hasta usted se
puede enfermar y morir.
¿Morir? ¿Yooo? Me río de buena gana mientras los vecinos
poco a poco se desperdigan, verá usted mi animoso poli, yo no puedo morir por
causas tan vanales.
Yo no tengo la culpa de que hoy en día mis vecinos estén más
habituados a estar sentados viendo el celular en vez de preocuparse por ser
buenos cazadores como yo.
Las pieles que usted vé tapizando mi pared, las he
debidamente salado y secado al sol, mientras que los huesos y carne se las he
dejado a las hormigas para que se alimenten de ello.
Las cabezas de estos animales las he empalado en un pequeño
Tzompantli tal como lo hacían nuestros ancestros, pero con el correr de los
años verá usted, se ha vuelto insuficiente a tal grado que ya son casi
doscientos empalamientos de éstas características, tantos son que en ocasiones
me cuesta trabajo pasar entre ellos, no quiero ni pensar lo difícil que sería
salir de casa en caso de un terremoto o de un incendio.
¿Qué si es molesto? Lo es en la medida que a mí me moleste,
no veo porque debería obedecer las reglas de tan chismosa gente -a estas
alturas ya sólo quedaban dos comadrejas platicando de pañales y cosas
“normales” , haciéndose como que ellas no sabían a que habían ido hasta mi
patio-
¿Lo ve mi poli? …ya lo dejaron solo conmigo.
¿No le da miedo estar parado justo enfrente de un carnicero
primitivo como yo?
Sin embargo le ofrezco algo para que no vuelvan a
importunarlo con sus chismes, claro si usted acepta.
Haciendo como que tomaba nota el policía chiquito dijo en su
voz chiquita: dígame usted.
Mire le prometo que aprenderé a escribir en idioma cucaracho
y pondré pequeños letreros para que las cucarachas lo lean.
Sólo que mientras eso pase seguiré dejando las cabezas y las
pieles en la entrada de mi casa para que sepan las cucarachas invasoras lo que
les espera si se atreven a entran a mis dominios.
El policía chiquito anotó algo en su pequeña libreta y con
su pequeña voz me dijo: que tenga buenas noches, una última pregunta ¿podría
usted ayudarme en casa? tengo plaga de hormigas y en ocasiones se me meten a la
garganta por las noches y me roban la voz mientras duermo y eso no es nada agradable
se lo aseguro.
Le anoté con números pequeños mi teléfono en su pequeña
libreta y se marchó.
Ahora debo buscar un manual de taxidermia de hormigas y
vecinos chismosos.
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