jueves, 14 de junio de 2007

EL OÍDO




No mi amigo; si para andar en esto hay que tener los nervios bien templados y, sobre todo, las orejas “bien pelonas”!!

Estar siempre atento, quería decir Don Jesús, ó Jesús Ramírez E. –nunca se supo bien a bien que carajos quería decir la “E” con la que siempre firmaba los recibos de nómina que le extendía el banco aquél. Y sí, así firmaba, con su nombre, como lo hace mucha de nuestra gente sencilla, aquella que por las apretujanzas de la vida apenas aprende a medio escribir su nombre o a hacer algunas cuentas sencillas.

Don Jesús, a sus ochenta y tres años a cuestas era un hombre de muy pocas pulgas, a la menor sospecha de que alguien se quería hacer el gracioso, ya estaba mentando madres a diestra y siniestra ¡pues que chingaos! Nadie se iba a burlar de él, pensaba.

Cuentan los que de alguna forma tuvieron más cercanía con él que un lejano día de abril, de hace muchos, muchos años –tantos que ni él recordaba cuantos- se vino de su natal Celaya buscando, como muchos paisanos suyos trabajar “de lo que sea” hasta en tanto no se compusiera, aunque fuera algo, la situación del campo. Sus tierras, heredadas de su padre que a su vez las heredó también de su padre, ya no daban para más y él simple y sencillamente se cansó de esperar los apoyos que siempre en época de elecciones venían a ofrecer los candidatos a la presidencia y que invariablemente nunca cumplían, como tampoco cumplían los gobernadores del estado, vaya! Ni siquiera los presidentes municipales y no puede decirse que no los solicitó en varias ocasiones-que vete a ver al comisario ejidal, que las juntas, que la comida pa’l Licenciado que no se que tantas cosas, pero nada! Parecía que Dios se había olvidado que también de éste lado del mundo se come. A veces pensaba ¿no sería que Filemón, ahora presidente municipal y que para mala suerte también era su compadre, seguiría resentido por la bola de chingadazos que le sorrajó el día en que lanzó su candidatura y que nomás por estar alegre se puso hasta las manitas con puro pulque que algún acomedido- de esos lambiscones que nunca faltan- trajo desde Apan? Pero ni modo de dejarse ningunear delante de todos ¿pues que carajos se creyó el baboso de Filemón? Nomás porque se metió al Partido ya quería venir a sermonear a todos, como si los paisanos fueran chamacos ó una bola de indios ignorantes, como malamente se le ocurrió decir aquella tarde precisamente frente a Don Jesús, Faltaba más!!

Pues así, paso a pasito y ya sin mucha urgencia pues ya no había nada que salvar en su pueblo, mucho menos en sus tierras, se vino un día a buscar la suerte en la capital. No tardó mucho en topársela de frente, ya que cuando se bajó del autobús, allá por los cien metros, un chamaco –navaja en mano- asaltaba a un hombrecillo muy catrín, de ésos como de película de Pedro Infante y, sin pensarlo mucho, le acomodó al chamaco tremendo patadón en el trasero que hasta la navaja soltó y no le quedó más que salir corriendo al mirar espantado el enorme tamaño de aquel paisano encanijado.

-Está Usted bien, lo lastimó? Preguntó Jesús al hombrecillo aquel, que bien mirado no parecía gran cosa.
_Por suerte no me lastimó pero sí alcanzó a arrebatarme el reloj, pero eso es lo de menos! Si no hubiera sido por su ayuda… no sé que hubiera pasado ¿se imagina? Mi esposa, mis hijas, mi madre enferma…no quiero ni pensarlo!!
-Bueno, bueno, no es para llorar amigo, como usted dijo: que bueno que no lo lastimó! Y ahora si me disculpa, tengo que buscar donde pasar la noche, compermiso- dijo Jesús al tiempo que guardaba la navaja del chamaco en la bolsa trasera del pantalón.

-Espere- dijo el hombrecillo- Usted me salvó y ni siquiera sé su nombre…

-Me llamo Jesús, Jesús Ramírez pa’ servir a Usted y a Dios.

-Pero escuché que dijo que va a buscar donde pasar la noche? ¿Porqué no viene a mi casa? Verá ahí tengo un cuarto que ofrecerle y…

-No mi amigo, si no le estoy cobrando el favor ¿Cómo cree?

-Al menos por esta noche, insistió, y ya mañana podrá seguir su camino, por favor… acepte!

Después de pensarlo un poco al fin, aceptó; Aquella noche durmió como muy pocas veces lo había hecho en la vida: ¡En el suelo! Pues ¿como un hombre del campo iba a ensuciar aquella cama tan blanca que se le había ofrecido? ¿Qué irían a pensar de él? Digo, está bien que se había bañado en el río antes de venirse a la ciudad, pero de todas formas…

A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, el hombrecillo aquél, que hasta ese momento supo se llamaba Juan de Dios Cervantes o simplemente Licenciado Cervantes, le dijo:

-Anoche estuve pensando y comentando con mi esposa, Don Jesús ¿Cómo podría agradecerle lo que hizo por mí? Y como a leguas se vé que es usted muy derecho ni modo que lo ofenda ofreciéndole dinero; así que ¿porqué no se queda a trabajar conmigo? Verá, yo soy socio accionista del Banco Central y pues no será problema encontrarle alguna ocupación, así que ¿Cómo la ve?

¿Un trabajo? y ¿en un banco? no podía creerlo y él ¿qué haría en un banco?, lo pensó apenas lo que tarda un trago de café en llegar al estómago y decidido, aceptó con una condición: que lo colocaran donde ningún riquillo de su pueblo pudiera verlo.

-No se hable más, a partir de mañana comienza Usted a trabajar cuidando el banco por las noches ¿sabe manejar un arma?

-Por supuesto, contestó, allá en el pueblo me iba al monte con una escopetita o a veces con un rifle .22, también tuve un revólver, el mismo que vendí para conseguir el dinero que me trajo hasta aquí…

Y así como así, como se encuentra un hambriento un billete tirado, así se encontró la suerte, allá por los cien metros Don Jesús, el único velador que tuvo el Banco Central en treinta años!!

Sin embargo la vida, pues como que a veces se empeña en contradecir lo que creemos saber, y dígame usted si no:

Aquella noche, como lo hacía desde hacía treinta años, Don Jesús se recostó en su viejo sillón, el mismo que invariablemente colocaba de frente a la puerta de cristal del Banco Central, entrecerró un poco los ojos que, como nunca, le pesaban esa noche y sin darse cuenta se fue quedando dormido.

Aquella noche Don Jesús a pesar de tener las orejas “bien pelonas”, no pudo escuchar las pisadas que lentamente se le acercaron por detrás de su cansado cuerpo.

Tampoco pudo escuchar el sonido que en el aire produjo la guadaña que una vieja y huesuda amiga le trajo, paso a pasito, desde su natal Celaya y que, ésta noche por fin lo alcanzaba!

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