viernes, 8 de abril de 2016

Oasis


En realidad no estaba vencido, tal vez solo un poco ebrio
cuando decidió hacerlo y es que uno nunca sabe cuando sale a la calle
si ha de volver o no,
uno nunca sabe con lo que habrá de toparse a la vuelta de la esquina,
la vida funciona como una caja de bombones, uno nunca sabe
de que sabor te tocará, hasta que lo pruebas.

Y es así que aquella tarde, atiborrado entre sudorosos cuerpos 
entre humores de obreros regresando a casa, apretujados en el vagón
de los sueños, en una de esas tantas fallas en las que el tren invariablemente
se detenía entre estaciones, sin aviso previo, con los ventiladores apagados a pesar
del calor de un abril como éste mismo, encontró entre tanto viajero cabizbajo
a la que pudo ser la compañera que tanto necesitaba para ser feliz.

Ahí, a sólo cuatro metros de distancia estaba ella, leyendo a Cortázar 
con los audífonos puestos y los ojos más encantadores que hubiese
visto nunca, ahí a sólo cuatro insalvables metros, la imaginó como
un oasis fresco, manantial de inacabable frescura, a sólo cuatro insalvables
metros! Intentó abrirse paso a codazos y empujones, necesitaba abordarla
antes de que el tren llegara a la próxima estación, si tan sólo pudiera...

El destino es así, burlón e irreverente, justo cuando le faltaban unos pasos
para que al menos ella pudiera escucharlo, el tipo que viajaba detrás
le sacó la billetera del bolso trasero de su viejo Levis que alguna vez fué azul,
intentó en vano recuperar su preciado tesoro, y es que no importaba tanto
en verdad la poca plata que cargaba en ella, sino recuperar sus identificaciones
y el comprobante de las prendas que acababa de empeñar para salvar
la quincena.

Chirriando como el acero ardiente cuando lo enfrías a cubetazos, 
el tren llegó a la estación terminal, al bajar la muchedumbre vió en el piso
su billetera saqueada, con las tripas de fuera y algunos pocos papeles
tirados y pisoteados que levantó con rabia e impotencia.

Llegó a su penumbra habitual, su cuarto de azotea que , otra vez, estaba con la
luz cortada por falta de pago, buscó en el cajón de madera que le servía de 
alacena, con la llama del encendedor iluminó una botella a medio empezar
que alguna vez sobró del bautizo del hijo de un vecino. Se sirvió  un vaso
casi a tres cuartos, sin hielo ni refresco, se lo bebió y brindó por Cortázar y los obreros
por el metro y sus fallas, por su casera y los de la compañía de luz que no dejan 
de joder al jodido, bebió y brindó una, o veinte veces, nunca lo supo, pero al día
siguiente, con sólo un hilo, aguja y tinta se tatuó en el antebrazo izquierdo
la palabra "Oasis", así bautizó a la pasajera sorda que nunca escuchó la voz que 
desde el infierno del metro le pedía que lo salvara de regresar nuevamente a su tristeza
a la penumbra habitual de su viejo cuarto de azotea.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

�� excelente amigo blues

Aglae dijo...

Muy bueno :)

Aglae dijo...

Muy bueno :)