Una piedra en el zapato.
http://www.quadratinmedia.com.mx/2012/12/30/tiradero-de-basura-de-tarimbaro/
La mañana comenzó como lo hacía desde hace exactamente seis
años, cinco meses y doce días, es decir: a las seis en punto, misma hora en que
sonaba el viejo despertador azul con la mica rota.
Sofía estaba a unos días de cumplir cuarenta años, solo unos
meses la separaban de aquél espantoso número.
-Cuarenta- pensó mientras la ducha caliente limpiaba de su
cuerpo ese olor que tienen las sábanas no compartidas, dejó que el agua le
corriera libremente por su bien formado cuerpo, con los ojos cerrados buscó un
pensamiento que la animara a seguir con su cotidianeidad.
Cerro la llave de la regadera, lentamente se secó, se colocó
una bata de baño y frente al espejo del tocador comenzó a maquillar su rostro,
un rostro hermoso, maduro y de finas líneas que un buen día dejó de ser fresco
y juvenil. Un ligero temblor en el párpado izquierdo al igual que un diente
superior astillado, eran los recuerdos que casi siempre la hacían
arrojar contra el espejo lo que tuviera a la mano!
“Si tan sólo no me hubiera pegado el muy idiota- pensaba-
ah, pero no, el muy machín tenía que hacer quedar bien a los de su género”
Inevitablemente, como venía sucediendo en los últimos seis
años, nuevamente se la hacía tarde para ir a trabajar a esa oscura oficina de
Hacienda, con muebles del siglo pasado, sin computadoras ni papelería
suficiente, de nuevo a soportar las miradas de los burócratas relamidos, a
escuchar los cuchicheos a sus espaldas por parte de sus mismas compañeras que
no dejaban de acostarla con el jefe de la oficina en turno.
¡Dios mío, ya es bien tarde! Pensaba mientras recordaba
meter en su zapato la piedrecilla de tezontle rojo que se le metió aquella
noche en la que, después de asestarle tres sólidos planchazos en la cabeza, vio
caer a su verdugo con los ojos bien abiertos y que no dejaron nunca de mirarla sorprendidos,
mientras lentamente se apagaban como el carbón ardiente cuando le echan agua
fría.
Tuvo que enterrarlo allá por los antiguos tiraderos, en un
rincón que sólo conocen los zopilotes y al que casi nunca va nadie, un letrero
oxidado le dio la justificación perfecta, finalmente enterrarlo ahí era un acto
de conciencia cívica.
“Ponga la basura en su
lugar” leyó y no pudo ocultar una sonrisa, Valente , desde que llegó a su
vida, siempre fue como ésa piedrecilla que se le metió al zapato esa noche, tan
jodidamente machín que ni siquiera muerto la dejaba en paz!
12 Dic. 2005
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