Jueves de Corpus
Eso de ser fotógrafo ambulante tiene su gracia, es decir,
tiene un encanto nostálgico que muy pocos alcanzan a visualizar.
Cuando tomamos una foto, captamos no sólo la imagen que las
leyes de la física nos transmiten a la película de alta sensibilidad-hoy en día
se utiliza la cámara digital- sino que capturamos esencias de vida, el carácter
de la persona en ese preciso momento, en ese preciso instante queda guardado en
la imagen capturada.
Se captura también el entorno, el lugar que dentro de
algunos años habrá de ser modificado, se captura la historia y la vida misma.
Hace algunos días, por razones del calendario eclesiástico
que nunca me han quedado del todo claras, se celebró en México el Jueves de Corpus o también conocido como el
día de las mulitas.
Un amigo de la infancia me hizo un comentario en las redes
sociales, me dijo: “A estas horas ya andaríamos en friega tome y tome fotos ¿recuerdas?”
La tradición nos remite a la época en que la iglesia
mantenía un férreo control sobre la población indígena que, inevitablemente era
controlada en su vida diaria a través de la amenaza del castigo eterno.
Nosotros nos preparábamos con bastante anticipación para esa
festividad, armábamos bastidores de madera y cartón pintados simulando una
pulquería, le añadíamos dos vitroleros conteniendo pulque real y sus
“tornillos” (a cierto tipo de tarros se les conocía así por la forma torcida de
los mismos).
También se le colocaba un pequeño mostrador con alfalfa, una
mesa, sillas y piso de aserrín. En la parte externa un metate, un canasto
grande con tortillas, cazuelas con mole o enchiladas y un comal de barro. No
omito mencionar que estos pequeños escenarios eran todo un éxito, todos los
fotógrafos que acudíamos al atrio de la iglesia no nos dábamos abasto con
tantísima gente.
La modernidad se hacía presente a través de las novedosas
cámaras Polaroid con sus cartuchos de 8 tomas, las más antiguas requerían
untarle un fijador a las fotos recién reveladas y así, después de esperar unos
minutos los clientes se llevaban de una vez su recuerdo enmarcado en
foldercitos de cartulina.
La manera tradicional consistía en hacer la toma, solicitar
al cliente su domicilio, pedirle un anticipo para asegurar la venta y
prometerle que un plazo de dos o tres días tendría en su hogar la foto del
recuerdo en tamaño postal –los tamaños 3x y 4x se comenzaron a comercializar
muchos años después- el posterior reparto de las fotos tenía una logística muy
particular que requeriría un texto aparte donde relatar todas las vicisitudes
de tan asoleada labor.
*Con un abrazo afectuoso a mi amigo Esteban López II y un
recuerdo cariñoso a nuestros padres Don
Esteban López y Don Vicente Reyes que seguramente se estarán contando chistes
tomándose una Pepsi de “las fuertes”.
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