La Lluvia
La lluvia como bienvenida, la
lluvia incansable que inunda las avenidas, los desniveles, las casas, las
almas, la lluvia omnipresente y más en ésta ciudad hecha de agua y sangre, por
si usted amable lector no lo sabe, en el D.F. por algún extraño designio astral
siempre llueve.
La llegada de Jorge a la capital no fue
precisamente lo que había anhelado en su etapa de estudiante de bachillerato,
siempre creyó que venir a la ciudad, estudiar y titularse en la universidad lo
podrían llevar de regreso a su pueblo cargado de ayuda para sus coterráneos tan
habituados a la tristeza y a la injusticia, sólo que en su camino, una tarde en
que escuchaba a un saxofonista trashumante en el andador de Regina, conoció a
Malinalli una mujer delgada de ojos alegres y rasgados que de inmediato le robó
el alma. Un café fue suficiente como para saber que esos ojos rasgados y
oscuros estarían por siempre en su futuro.
Bruscamente la tarde se ha
aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.
La vida juntos no ha sido nada
fácil, la Universidad por la mañana se vuelve demandante, más cuando en el
estómago sólo hay un plato de avena o café con pan, el viaje en metro desde
Indios Verdes hasta C.U. consumen las pocas energías que les quedan guardadas
toda vez que por las tardes, ambos acuden a una plaza comercial para ayudar en
las ventas nocturnas y el levantamiento de la mercancía (baratijas chinas casi
siempre) , este empleo o ayuda que les brinda un tío de ella les permite
solventar medianamente sus gastos y manutención.
Una tarde, por aquellas
casualidades que la vida siempre nos reserva, hasta su puesto en la plaza llegó
un primo de Jorge, músico frustrado que con cara compungida le llevó, caminando
como sentenciado a la horca, el último vestigio de dignidad que le quedaba, la
“capirucha” cobraba así una víctima más. Entristecido hasta el llanto le
ofreció a él que, a cambio de unos pesos para el pasaje a su pueblo, se quedara
con su amada “rojita”, una guitarra española de cedro rojo con la que por las
noches, a solas en su cuartito de azotea, trataba inútilmente de calmar a sus
demonios.
(Fotografías: J. Alfredo “Freddy” Reyes D.R 2013)
Empujado por los recuerdos de su infancia juntos, Jorge
solicitó un adelanto de pago y con algo más que traía en la bolsa logró reunir
lo suficiente para que suprimo se volviera al rancho, sin saber si volvería a
verlo le puso el dinero en una mano y en la otra una bolsa con naranjas y una
torta que se había reservado para el día siguiente, se despidieron con un
abrazo y la promesa de volver a verse pronto.
Una tormenta que se volvió huracán llamado “Malinalli” se
desató ésa noche en su departamento, los reclamos de la mujer no pararon por lo
menos los tres días siguientes al encuentro con su primo, hasta que una noche
repleta de estrellas la besó tan fuerte que la tormenta…amainó.
En el D.F. por algún extraño designio astral siempre llueve
y se inundan las avenidas, los desniveles, las casas y las almas.
Quien la oye caer ha recobrado
El tiempo en que la suerte venturosa
Le reveló una flor llamada rosa
Y el curioso color del colorado.
El tiempo en que la suerte venturosa
Le reveló una flor llamada rosa
Y el curioso color del colorado.
Jorge guardó con respeto la
guitarra de su primo, creyó que de alguna manera éste volvería en unos días a
rescatarla, a pedirle que se la devolviera, a explicarle que sus demonios no se
podían dormir si no les cantaba quedito…quedito hasta arrullarlos, pero no fue
así…los días pasaron hasta que una tarde de domingo, de esas tardes en que no
encuentras nada que ver en el televisor, como si una extraña voz le llamara
desde adentro del estuche, miró arriba del ropero, bajó la guitarra, le pasó un
paño suave por el barniz y sin haberlo pensado así, rasgó las cuerdas, primero
una, luego otra y otra hasta completar las seis y fue así que sin haberlo
deseado, se volvió a enamorar, practicaba a escondidas de su mujer, rasgaba las
cuerdas y cantaba quedito…quedito, como si de algún modo todo tuviera razón de
ser, todo volviera a ser como cuando llegó a la capital cargado de esperanzas y
deseos de terminar la carrera y titularse y devolverse al pueblo y abrazar a
sus padres tan acostumbrados a la injusticia y a la tristeza y presentarles a
su mujer y llevarle a su primo a su amada “rojita” y decirle que todo estaría bien,
que sus demonios se habían quedado regados en alguna banqueta húmeda de
cualquier calle del centro y que no se preocupara más por ellos que seguramente
a ésa misma hora en la ciudad estaría lloviendo como siempre y la lluvia se los
llevaría lejos lejos por las alcantarillas que desembocan allá a donde se van
las penas.
Esta lluvia que ciega los cristales
Alegrará en perdidos arrabales
Las negras uvas de una parra en cierto
Patio que ya no existe. La mojada
Tarde me trae la voz, la voz deseada,
De mi padre que vuelve y que no ha muerto.
Bibliografía y Links
http://www.guitarraflamenco.com/tiendaonline/74-guitarra-flamenca-aire-roja.html
(publicado en Noviembre de 2014 en Revista Digital Periscopio X)
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