martes, 17 de mayo de 2016

La Lluvia

La lluvia como bienvenida, la lluvia incansable que inunda las avenidas, los desniveles, las casas, las almas, la lluvia omnipresente y más en ésta ciudad hecha de agua y sangre, por si usted amable lector no lo sabe, en el D.F. por algún extraño designio astral siempre llueve.
 La llegada de Jorge a la capital no fue precisamente lo que había anhelado en su etapa de estudiante de bachillerato, siempre creyó que venir a la ciudad, estudiar y titularse en la universidad lo podrían llevar de regreso a su pueblo cargado de ayuda para sus coterráneos tan habituados a la tristeza y a la injusticia, sólo que en su camino, una tarde en que escuchaba a un saxofonista trashumante en el andador de Regina, conoció a Malinalli una mujer delgada de ojos alegres y rasgados que de inmediato le robó el alma. Un café fue suficiente como para saber que esos ojos rasgados y oscuros estarían por siempre en su futuro.

Bruscamente la tarde se ha aclarado 
Porque ya cae la lluvia minuciosa. 
Cae o cayó. La lluvia es una cosa 
Que sin duda sucede en el pasado.


La vida juntos no ha sido nada fácil, la Universidad por la mañana se vuelve demandante, más cuando en el estómago sólo hay un plato de avena o café con pan, el viaje en metro desde Indios Verdes hasta C.U. consumen las pocas energías que les quedan guardadas toda vez que por las tardes, ambos acuden a una plaza comercial para ayudar en las ventas nocturnas y el levantamiento de la mercancía (baratijas chinas casi siempre) , este empleo o ayuda que les brinda un tío de ella les permite solventar medianamente sus gastos y manutención.

Una tarde, por aquellas casualidades que la vida siempre nos reserva, hasta su puesto en la plaza llegó un primo de Jorge, músico frustrado que con cara compungida le llevó, caminando como sentenciado a la horca, el último vestigio de dignidad que le quedaba, la “capirucha” cobraba así una víctima más. Entristecido hasta el llanto le ofreció a él que, a cambio de unos pesos para el pasaje a su pueblo, se quedara con su amada “rojita”, una guitarra española de cedro rojo con la que por las noches, a solas en su cuartito de azotea, trataba inútilmente de calmar a sus demonios.
                                                                                                                 



 
                                                              (Fotografías: J. Alfredo “Freddy” Reyes D.R 2013)


Empujado por los recuerdos de su infancia juntos, Jorge solicitó un adelanto de pago y con algo más que traía en la bolsa logró reunir lo suficiente para que suprimo se volviera al rancho, sin saber si volvería a verlo le puso el dinero en una mano y en la otra una bolsa con naranjas y una torta que se había reservado para el día siguiente, se despidieron con un abrazo y la promesa de volver a verse pronto.

Una tormenta que se volvió huracán llamado “Malinalli” se desató ésa noche en su departamento, los reclamos de la mujer no pararon por lo menos los tres días siguientes al encuentro con su primo, hasta que una noche repleta de estrellas la besó tan fuerte que la tormenta…amainó.
En el D.F. por algún extraño designio astral siempre llueve y se inundan las avenidas, los desniveles, las casas y  las almas.
Quien la oye caer ha recobrado
El tiempo en que la suerte venturosa
Le reveló una flor llamada rosa
Y el curioso color del colorado.

Jorge guardó con respeto la guitarra de su primo, creyó que de alguna manera éste volvería en unos días a rescatarla, a pedirle que se la devolviera, a explicarle que sus demonios no se podían dormir si no les cantaba quedito…quedito hasta arrullarlos, pero no fue así…los días pasaron hasta que una tarde de domingo, de esas tardes en que no encuentras nada que ver en el televisor, como si una extraña voz le llamara desde adentro del estuche, miró arriba del ropero, bajó la guitarra, le pasó un paño suave por el barniz y sin haberlo pensado así, rasgó las cuerdas, primero una, luego otra y otra hasta completar las seis y fue así que sin haberlo deseado, se volvió a enamorar, practicaba a escondidas de su mujer, rasgaba las cuerdas y cantaba quedito…quedito, como si de algún modo todo tuviera razón de ser, todo volviera a ser como cuando llegó a la capital cargado de esperanzas y deseos de terminar la carrera y titularse y devolverse al pueblo y abrazar a sus padres tan acostumbrados a la injusticia y a la tristeza y presentarles a su mujer y llevarle a su primo a su amada “rojita” y decirle que todo estaría bien, que sus demonios se habían quedado regados en alguna banqueta húmeda de cualquier calle del centro y que no se preocupara más por ellos que seguramente a ésa misma hora en la ciudad estaría lloviendo como siempre y la lluvia se los llevaría lejos lejos por las alcantarillas que desembocan allá a donde se van las penas.

Esta lluvia que ciega los cristales
Alegrará en perdidos arrabales
Las negras uvas de una parra en cierto

Patio que ya no existe. La mojada
Tarde me trae la voz, la voz deseada,
De mi padre que vuelve y que no ha muerto.




Bibliografía y Links

http://www.guitarraflamenco.com/tiendaonline/74-guitarra-flamenca-aire-roja.html


(publicado en Noviembre de 2014 en Revista Digital Periscopio X)

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