martes, 31 de mayo de 2016

El esqueleto de la calle Niza.

Siempre he tenido cierto don extrasensorial, en sueños es común que se me revelen cosas que están por pasar y a los pocos días pasan o sentir que alguien me llama  e inevitablemente al otro día me encuentre con la persona recién soñada, ver y escuchar más con la percepción que con los sentidos.

Les cuento esto para enmarcar un poco lo que me sucedió en mi época de guardia de seguridad de un banco ya desaparecido.

El hecho de ser uno de los elementos  de más reciente contratación me hizo sufrir la clásica novatada en los servicios. Las guardias en turnos de 24 horas que,  al faltar el relevo se convertían inevitablemente en turnos de 72 horas sin dormir era una de ellas.

Cubrir servicios de custodia en las zonas de más alto índice de asaltos en la mera época de Alfredo Ríos Galeana, uno de los más peligrosos asaltabancos de aquella época, y trabajar armado con un revólver calibre .32  dotado apenas con dos cargas de balas viejas y oxidadas.

Ser equipado con uniformes de deshecho que había que adaptar a las medidas del nuevo usuario, trasladarse por sus propios medios a colonias tan alejadas de la casa matriz que en ocasiones, cuando uno llegaba hasta allá y se reportaba el arribo a la central, ya no había nadie que tomara la llamada.

Fue en estas condiciones que una tarde-noche el jefe de seguridad, un robusto y amigable  sujeto, oriundo de Michoacán hizo la clásica asignación de un nuevo servicio. Se trataba de ir a cuidar un edificio recién adquirido por el banco, situado en la calle de Niza número 67, en la colonia Juárez, muy cerca del metro Insurgentes, y solo por no dejar les pregunto: ¿A quién creen que designaron para ir allá? Exacto!

Si  a ustedes les dicen que es un edificio nuevo ¿Qué se imaginan? Olor a alfombra nueva y pintura, muebles sin desempacar, cristales sin rayar, chapas y cerraduras nuevas ¿verdad?

Todo me imaginé menos lo que mis ojos estaban a punto de encontrar, el mentado edificio recién adquirido, estaba en pleno proceso de desmantelamiento, es decir, sin cristales hacia la calle, oficinas de tablaroca demolidas, sin electricidad, sin agua y sin teléfono, con montones y montones de escombro por todos los niveles amén de que el edificio se conectaba por la parte trasera con unas enormes bodegas en similares condiciones y abiertas hacia la avenida de los Insurgentes.

¡Eso es lo que se tenía que “cuidar”!

Busqué el mejor lugar para pasar la noche y con trozos de madera improvisé un refugio debajo de las escaleras, me protegí del frío con trozos de alfombra y revolver en mano, me la pasé con los sentidos alerta hasta que amaneció.

Esa noche escuché algunos ruidos en la parte superior, pero al carecer de lámpara y de alguien que me apoyara en la revisión del inmueble, opté por permanecer en mi refugio tomando el café que afortunadamente llevaba en un termo.

En ese edificio en algún tiempo, se ubicaron oficinas de la Secretaría de Marina y por consecuencia en esos tiempos la guardia del inmueble se hacía por parte de elementos de la Armada de México.

Algunos meses después de sucedido el terremoto del 85 el edificio fue ocupado por algunas áreas administrativas del banco, las bodegas fueron habilitadas para dar cabida al almacén general y al área de transportes, la vida pues comenzó a fluir en el esqueleto que encontré aquella noche.



El haber afrontado sin chistar aquella orden esa noche, hizo que se me considerara en su momento para hacerme responsable de toda la seguridad del inmueble, tenía a mi cargo varios elementos, y obviamente me tocaba de vez en vez hacer guardias nocturnas que muchos de los guardias se rehusaban a hacer.

Una de tantas noches, sin motivo aparente alguno, el elevador se encendió y subió al segundo piso como si alguien lo hubiera llamado, al darnos cuenta de ello mi compañero y yo nos reclamamos mutuamente, se suponía que ya habíamos revisado que no hubiera nadie en el edificio y ahora alguien había llamado el elevador para marcharse a eso de las 3 de la madrugada!


Nos preparamos para franquearle la salida al empleado trasnochado, el elevador bajó, se abrieron las puertas y de reojo alcancé a ver como si alguien nuevamente subiera por las escaleras rumbo al baño que se encontraba en el primer descanso, al notar que tardaba demasiado en salir fui a buscar al sujeto en cuestión pero no había nadie en el sanitario, le avisé a mi compañero que seguramente algo se le había olvidado y que yo revisaría piso por piso el edificio, es por demás decir que no encontré a nadie, todas las ventanas exteriores estaban cerradas, las puertas de las oficinas selladas los baños de todos los niveles cerrados desde la primera ronda nocturna, el grito de mi compañero me hizo bajar a toda prisa con el arma en la mano, al llegar a la recepción él apretaba contra sus labios un crucifijo que siempre traía colgado al cuello, con los ojos cerrados fuertemente, rezaba sin parar.

Cuando se calmó un poco me dijo que al momento que yo había subido a revisar, vio bajar a una mujer vestida de negro que se dirigió veloz a la salida, cuando él quiso tomar las llaves para abrir la puerta, la mujer enlutada la atravesó como si fuera de humo, en ese momento sintió que las piernas no lo sostendrían y fue entonces que gritó algo que ni él entendió.



La noticia corrió entre los guardias del banco que, con lo sucedido, tenían más pretexto para no ir al edificio de Niza. El trabajo se me cargó tanto que de plano tuve que solicitar hacerme cargo del turno nocturno en el cual pude ver no pocas veces a la dama de negro, escuchar carreras en las escaleras, ver el elevador abrir y cerrar sus puertas-aún sin energía eléctrica- de vez en cuando se escuchaba música como si de una fiesta se tratara, en no pocas ocasiones se escucharon disparos de arma de fuego y sombras que se paraban en la puerta de cristal como si se tratara de guardias queriendo salir hacia la noche.

Algunos años después de mi salida del banco, conocí por casualidad a un elemento de la Marina ya retirado y que conoció la historia del edificio aquél, me conto que cierta noche en que algunos marinos se encontraban de guardia, alguien rompió las reglas y se organizó una pequeña tertulia en la que se hicieron acompañar de algunas damas, el alcohol y las ganas de romper la abstinencia sexual hicieron que entre ellos discutieran y pelearan por una mujer, salieron a relucir las armas, dos de las mujeres murieron a causa de los disparos, una de ellas cayó con la mitad del cuerpo dentro del elevador, la otra murió en el primer descanso de la escalera junto a la puerta del baño, el marino responsable de hacer los tiros alcanzó a herir a su rival de amores y finalmente se disparó en la cabeza junto al cristal que daba hacia la calle.


Fueron noches de mucho frío, noches en que agradecí infinitamente haber nacido con este “Don” que me ha permitido no temer en esta vida los muertos y sí, por el contrario, cuidarme más de los vivos!

No hay comentarios: